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Bibliotecas al sur

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Literatura Mapuche. Foto de Ronny Belmar. En Revista LIvre (2014). 

Las bibliotecas son, por lo general, espacios bastante invisibles para el público. A excepción de determinadas instituciones con arquitecturas llamativas o servicios novedosos (que en un momento dado acaparan reconocimientos y premios), la densa red de bibliotecas que cubre la geografía de América Latina desde Tierra del Fuego al río Bravo no suele provocar titulares ni recibir demasiada atención, mucho menos publicidad. Con unos cuantos estereotipos cargados a sus espaldas –algunos de ellos reflejo de realidades innegables–, un perfil no demasiado llamativo y una relación histórica cuanto menos «complicada» con los habitantes/usuarios del continente, las bibliotecas latinoamericanas, sus trabajadores y las actividades que ofrecen no suelen encontrarse bajo el foco de ningún medio de comunicación.


Dependiendo del observador, la biblioteca sigue siendo vista, a día de hoy, como un espacio elitista, cerrado, excluyente o reservado a una minoría. Y no cabe duda de que en ocasiones lo es.

Y sin embargo, la labor desarrollada por buena parte de las unidades que componen esa red bibliotecaria continental es digna de mención, de apoyo y de difusión. No siempre es un trabajo con resultados visibles y a corto plazo: suele tratarse, por el contrario, de una acción constante y sostenida, casi de trinchera, enfocada a obtener un exiguo puñado de logros a medio y a largo plazo. Es un trabajo que hace hincapié en un número limitado de problemáticas urgentes y que tiene por objetivo producir cambios duraderos en relación a ellas. O, por lo menos, sembrar las semillas de tales cambios. Se trata, en definitiva, de bibliotecas que, a diferencia de las galardonadas, con unos números estadísticamente inmejorables y una destacada proyección mediática, probablemente no superarían un «test de excelencia»: esas evaluaciones cuantitativas de calidad «donde todo lo que puede suponer sentido crítico, alegría vital, compromiso democrático y sustancia moral emancipatoria se va hundiendo lentamente», en palabras del profesor de filosofía, ensayista y poeta español Jorge Riechmann.

En América Latina la biblioteca fue, durante siglos, un recurso trasplantado desde el Viejo Mundo al que pocos tuvieron acceso, historia esta repetida a nivel internacional. Cuando por fin abrió sus puertas al público –al que sabía leer, cabe acotar–, fue utilizada como instrumento «de cultura» en contextos en los que se hablaba de «civilización o barbarie» (siendo la civilización el modelo europeo de fines del siglo XIX y principios del XX, y la barbarie las sociedades indígenas y campesinas americanas). Tuvieron que pasar varias décadas hasta que hubo una mayoría de población alfabetizada que pudiera beneficiarse de sus servicios. Durante todo ese tiempo –la Colonia, las tempranas repúblicas– se mantuvieron (a veces, a duras penas) canales de transmisión de saberes nativos y locales; canales tradicionalmente orales que fueron vilipendiados, ninguneados, atacados o ignorados desde el sistema dominante, dentro del cual se contaba, sí, la propia biblioteca.

En muchos aspectos, la desconfianza surgida de relaciones tan desiguales continúa aún en pie. Dependiendo del observador, la biblioteca sigue siendo vista, a día de hoy, como un espacio elitista, cerrado, excluyente o reservado a una minoría. Y no cabe duda de que en ocasiones lo es. Afortunadamente, desde mediados del siglo XX muchas bibliotecas latinoamericanas (especialmente las que tienen un contacto más estrecho con la sociedad: públicas, populares, escolares, rurales, móviles…) han tratado de reducir esa brecha a base de trabajo duro. Han sabido desarrollar una intensa labor de base, colaborando con sus usuarios y su comunidad, abordando los problemas que identifican a su alrededor dentro de sus posibilidades y con las herramientas que poseen (entre las cuales se encuentra la información). Y poco a poco, además de convertirse en un núcleo de verdadera militancia y activismo cultural, han ido desarrollando un importante labor educativa, social y política para hacer frente a determinadas circunstancias adversas (pobreza, desempleo, violencia, desplazamientos…).

Por otro lado, esas bibliotecas cada vez son más conscientes de que crecen sobre un suelo con tradiciones milenarias, y que respiran bajo un cielo en el que se funden una pluralidad de pasados y presentes. Van entendiendo que, así como deben incorporar todos los avances y adelantos posibles con una mirada amplia y global, también deben incluir en sus fondos y servicios las voces más antiguas, los saberes populares, la diversidad cultural, los formatos tradicionales empleados para transmitir conocimientos –desde el tejido hasta las pinturas faciales– y las expresiones propias y únicas de América Latina. Van comprendiendo que «biblioteca» es un concepto que no puede quedarse anclado en el pasado; que debe ser deconstruido, descolonizado y mestizado para que pueda evolucionar, tanto como sus colecciones, su estructura, su formato y sus actividades. Van aceptando que para ser verdaderos espacios comunes y comunitarios, tienen que acoger todas las perspectivas, todas las identidades, todas las lenguas y los pensamientos de una tierra a la que muchos ya conocen como Abya Yala: los paisajes enmarcados entre cuatro horizontes y cuatro océanos, más todas las sangres y las historias que los pueblan.

Para recoger, describir y divulgar el trabajo de esas unidades –y de las personas que mantienen su latido, sean quienes sean, sea cual sea su profesión– nace este espacio: una columna que quiere ser un pabellón de resonancia. Para que esos decires y haceres bibliotecarios, junto a las ideas que los sustentan, circulen, se conozcan y reconozcan, e inspiren, quizás, decires, haceres e ideas similares en otros lugares del mundo.

Recorriendo los seis rumbos de Abya Yala, en esta columna se hablará, pues, de bibliotecas. Pero no solo de ellas: también de casas del saber, de centros de información, de rincones de lectura, de libros vivientes, de amoxcaltin, de espacios auto-gestionados… De todos esos lugares, en definitiva, en donde anidan las palabras.

Serie Palabras habitadas [01]. Saberes, libros y voces latinoamericanos. Una compilación de experiencias bibliotecarias desde Abya Yala.

Lecturas

Civallero, Edgardo (2016). La biblioteca como trinchera. De resistencias, militancias, políticas y estantes con libros. Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, 45, septiembre de 2016.

De Sousa Santos, Boaventura (2007). Conocer desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria. 2.ed. La Paz: CLACSO, CIDES-UMSA, Plural Editores.

De Sousa Santos, Boaventura (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Montevideo: Ediciones Trilce.

Lander, Edgardo (comp.) (1993). La colonialidad del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales: una perspectiva latinoamericana. Buenos Aires: CLACSO.

El autor

Edgardo Civallero (Buenos Aires, 1973) es licenciado en bibliotecología y documentación por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Como bibliotecario, se ha especializado en servicios bibliotecarios para poblaciones indígenas y «minoritarias», en recolección y gestión de documentación sonora (música y tradición oral), y en clasificación del conocimiento. Es, además, músico, escritor e ilustrador.

TAGS: Bibliotecas

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