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En temas filosóficos de seguridad ciudadana

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¿Una filosofía del “estado de cosas” hoy llamado, por ejemplo, “crisis de seguridad pública”, y en las sociedades del siglo XXI?

Las filosofías NO tienen objeto predefinido. Ellas, cuando son buenas, los constituyen mientras los piensan. Porque pensar siempre resulta, a medias, en un crear. No como invención –como arbitrariedad; como un “lo que se me ocurra”–, sino como descubrimiento. Como des/cubrir un objeto que entonces aparece a la percepción y al lenguaje: en lo humano, en el saber, cosas y lenguajes se dan juntos.

Aristóteles lo supo racionalmente, afirmando su manera de la diferencia entre physis/Naturaleza y nomos/Cultura. Esto último como excepción, como lo singular que en la Naturaleza puede lo libre. “Libertad” que dice crear lo nuevo, la alternativa insólita (nunca habida). No este “hacer lo que yo quiera” postmoderno (cuando, usualmente, NO se sabe eso mismo que se dice querer)…

Un ‘descubrimiento genial’ de un grande de la filosofía europea de comienzos del siglo XX se nombró: “fenomenología”[1].

Algo tan simple (pero tan difícil) como recordar que pensamos primeramente la vida, no los libros

Sucede que lo que sucede normalmente a todo ser humano –reemplazar su imaginación y las formas lingüísticas por las cosas que experimenta cada día, en lo más cotidiano del vivir–, sucede multiplicado a cualquier filósofo y, aún más sorprendente (pero talvez no tanto), sucede a los Grandes de la tradición –iniciada oficialmente por Sócrates-Platón.

Vamos.

Esta fenomenología –este atender a la “cosa misma”–, comienza aquí simplemente leyendo un periódico local (aunque la localidad resulte, nada menos, que la ciudad mundial de Nueva York, EE.UU).

Leemos:

“Thieves nab 20 phones at one NYC concert — as expert warns music fans are targets of global network”.

Lo que dice:

“Ladrones roban 20 teléfonos celulares durante un concierto musical en la ciudad de Nueva York –los expertos nos advierten que los fans musicales están siendo el blanco de una red organizada global”.

O sea, el fenómeno tiene dos momentos:

  1. Un sorpresivo robo masivo de celulares en un concierto de música juvenil.

  2. La presunción de la existencia de una organización mundial dispuesta para transar esa mercancía en los mercados informales.

Hace algunos años, en Nueva York no eran “normales” estos robos masivos. Los asistentes a los conciertos usaban y disponían “cándidamente” –digamos ahora–, de sus aparatos. De pronto, los hechos revelan una novedad desconcertante para esa normalidad…

El fenómeno incluye, pues, países y naciones al otro lado de la Tierra.

Nada ya de salteadores silvestres a por unos pocos pesos/dólares, sino una organización globalizada que conecta al ladrón individual con consumidores de aparatos en China, India o Chile

La inseguridad pública ya no se explica solo desde la criminalidad, sino desde un quiebre más profundo en el tejido ético y social de nuestras sociedades: la pérdida de una comunidad de valores compartidos

Max Weber escribió su “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” como meollo de su sociología de la religión. Talvez también advirtió que en la expansión de esa ética-espíritu fuera de lo “religioso”, todo lo que sucedía ya con el lado “bueno” de esta ascética calculada, un día se transformaría en su opuesto –cuando los límites religiosos fueran secularizados.

La lógica de la organización racional capitalista moderna aplicada a la producción de mercancías ilícitas, según las leyes ordinarias.

Por “inseguridad” podemos entender:

Descubrirse fuera de la normalidad de relaciones humanas honestas –lo que las “buenas costumbres” nombran “honesto” (“legal”). Pero también puede llegar a decir: “no saber ya más la diferencia entre HONESTO y DESHONESTO”.

Tal experiencia ocurriría cuando los beneficios de las conductas racionales modernas –certeza, legalidad pública, etc.–, devinieran también los beneficios financieros de quien profita de esa racionalidad para fines inconfesables.

Ello nos introduce a cierta imposibilidad de comprender “de qué se trata” cuando una mercancía resulta legal o ilegal. Una consecuencia de esta “inseguridad por incertidumbre generalizada” es la experiencia de angustias varias y crónicas.

Heidegger escribió en “Ser y tiempo” (1927)

La experiencia positiva de la angustia de los individuos modernos. Esa angustia parece condición de la apertura de nuevos mundos.

Pero esa experiencia parece posible a ciertas élites del carácter o la cultura. El ciudadano corriente no puede, no quiere, no sabe o quizás qué, vivir esa inseguridad.

Los asistentes a los conciertos en Nueva York comienzan a dejar sus celulares en casa

Lo que impide la delicia de tantas interacciones entre amigos. Estamos en la etapa práctica y limitada del fenómeno de la aparición de inseguridad pública. Se sabe, por otro lado, que “cada día son menos los detenidos por esos hurtos”.

Esta impunidad práctica y cultural a la vez, allana el camino hacia esa inseguridad más vital.

Como remediación no punitiva pensamos que habría que regresar a los valores comunitarios –cuando hay comunidad de valores básicos de “lo bueno y lo malo”. Dejar tanta relación social utilitaria –cuando se “usa” al otro en su rol (de conductor, de vendedor).

En cambio, volver al cuidarse entre amigos. Incluso pasar de la dependencia de una fuerza policial, al cuidado entre vecinos, entre quienes volver a tener confianzas…

[1] Edmund Husserl, creador de la escuela fenomenológica moderna.

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