#Ciudadanía

Malas noticias, peores conductas

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Al desayuno: un violento portonazo comentado largamente en el matinal. Al almuerzo: la inflación ha crecido más de lo pronosticado. A las onces, el broche de oro: la selección de fútbol eliminada para el Campeonato Mundial. Un menú de malas noticias debe provocar alguna alteración conductual en la ciudadanía que se nutre de este tipo de información. Al menos así lo establecen estudios científicos que se han volcado últimamente a cómo las noticias sobre la corrupción afectan el comportamiento ético del ser humano cuando este se entera de que ciertos individuos abusan de sus posiciones de poder, terminando impunes o con sanciones ridículamente pequeñas.

Una de estas investigaciones es la de los académicos Gulino y Masera del 2023, en supermercados de dos ciudades italianas, donde examinaron el comportamiento de los compradores a través de un sistema de autoservicio en el que el monto a pagar por los artículos adquiridos estaba bajo el control de los mismos clientes. Notaron que la mayoría pagaba menos de lo que realmente llevaba cuando los medios locales informaban de escándalos de corrupción.

Otro clásico experimento, conocido como “El Dado Privado” e iniciado en 2013 por investigadores de la Universidad de Konstanz en Alemania, consiste en entregar un dado perfectamente equilibrado a cada uno de varios jugadores, quienes, después de varios lanzamientos en completo secreto, deben comunicar al resto de los participantes el promedio obtenido. Mientras más alto es el promedio declarado, más dinero como premio recibe cada jugador. Lo sorprendente es que la mayoría miente, comunicando un promedio ligeramente superior al valor esperado estadísticamente, y esa brecha crece más en las siguientes jugadas cuando todos se enteran de que falseando los datos, la paga llega sin cuestionamiento alguno.

Estas y otras experiencias sugieren que el ser humano, al constatar que en el medio donde se desenvuelve no hay castigo para quienes incurren en actos corruptos, se siente motivado a traspasar ciertos límites éticos.

Que un acto corrupto no sea castigado es, sin duda, una mala noticia. Y al parecer esa información no solo duele, sino también deforma. Cuando el ciudadano se siente solo frente a un sistema tramposo, es más fácil que él mismo haga algo que antes le parecía inaceptable. Corrupción comunicada, corrupción imitada.

Por lo tanto, una maquinaria estatal que para atrapar a los corruptos usa esa peculiar red que agarra a peces chicos y deja pasar a los peces gordos, estimula a quienes, ante un escenario más justo, difícilmente ingresarían al cauce de la indecencia.

De esta manera, el abuso de poder sin sanción no solo asegura que quien queda impune —generalmente un individuo con contactos a alto nivel— pueda seguir con su tour delictual causando un gigantesco daño social; sino que además propicie que otras personas se suban al mismo carro de la corrupción, incrementando así el perjuicio sobre la población.

Y ahí está lo más peligroso: aceptar que la corrupción ajena justifica la propia. En efecto, cuando se normaliza la sinvergüenzura, la probidad se vuelve una excentricidad, y ese es un lujo que ningún pueblo puede permitirse. Porque en una sociedad donde todos terminan haciendo trampa para no sentirse tontos, tal vez la verdadera estupidez es creer que eso no traerá pésimas consecuencias.

Corrupción comunicada, corrupción imitada

Dr. Lucio Cañete Arratia

Facultad Tecnológica

Universidad de Santiago de Chile

El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile

 

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