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Sobre el uso de la violencia: reflexiones desde la primera línea

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«La Dignidad es un valor que es imposible de sustituir»
(Kant)

Pronto a cumplir cinco años de ese viernes 18 de octubre ha surgido en el discurso público y seguramente en el privado, el cuestionamiento a la violencia en los meses del estallido-revuelta. Expresiones como el “estallido delictual”, “golpe de Estado no convencional”, el “octubrismo” y con la exacerbación del “miedo” intentan banalizar y borrar las consecuencias abiertas y no resueltas del origen del malestar social, y que se ha profundizado en estos años como la elitización social, el estancamiento socioeconómico y el fraccionamiento de las demandas sociales y cualquier forma de movilización – protesta.

Desde que se inició la revuelta social el tema de la violencia ha sido objeto de debate desde todos los sectores sociales especialmente de las élites gobernantes. Como no olvidar que el fallecido el presidente Piñera Echeñique confrontó a los manifestantes a quienes llamó “vándalos y violentistas”, y los sindicó como un “enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”, al que había que enfrentar con el mayor rigor, ejerciendo el derecho y la violencia legítima del Estado.

La violencia originaria, raíz y principio de todas las demás violencias sociales, es la llamada violencia estructural, que no es sino la injusticia estructural, la injusticia de las estructuras sociales, sancionada por un orden legal injusto y un orden cultural ideologizado, que como tales constituyen la institucionalización de la injusticia, esto es, la injusticia institucional (Ellacuria, 1990).

A partir de las situaciones de saqueos e incendios que se sucedieron en los primeros días, Carabineros de Chile y su cuerpo armado FFEE y Gope pasaron a ocupar el centro del debate nacional por una represión desproporcionada que ocasionaron graves y sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Lo anterior, validado por miles de denuncias y al menos, cuatro informes internacionales de observación y ratificación.

Los supuestos violentistas con capucha y escudo como únicos objetos visibles comenzaron a resignificar a unos sujetos que la ciudadanía nombro: “primera línea”. Un sujeto amplio y polisémico que desempeñaba diversos roles y funciones en la lucha callejera. Y que al mismo tiempo, de forma paralela y seguramente inconsciente, fijó la idea de la violencia y su legitimación en el marco de la protesta y por otro, su visibilización como constitución de una subjetividad política de masas y colectiva.

Desde el discurso oficialista, la presencia y acción de la primera línea fue reducida a “vandalismo” y como una “acción anómica” que buscaba destruir el orden social. Lo refrendaba el presidente en ejercicio, “están facilitando el camino de aquellos que quieren destruir nuestra democracia, nuestras libertades, nuestro estado de derecho y atentar contra sus vidas, su tranquilidad, su libertad y sus derechos”.

La violencia contiene y responde a factores biológicos, psicológicos, psicosociales, simbólicos culturales, políticos, éticos e históricos, cuando menos. Por esto cualquier perspectiva que pretenda ser excluyente será unilateral

Lo que nunca se planteó con la misma fuerza fue el origen de esa violencia y sobre todo, las demandas que se fueron instalando en un escenario incierto, gris y estresante. Cabe señalar, que la violencia contiene y responde a factores biológicos, psicológicos, psicosociales, simbólicos culturales, políticos, éticos e históricos, cuando menos. Por esto cualquier perspectiva que pretenda ser excluyente será unilateral. La violencia política se constituye en una categoría perfectamente distinguible frente a otros tipos de violencia y porque conduce la atención necesariamente hacia la relación que existe entre poder-violencia y Estado-violencia.

De la misma manera consideró al Estado como un instrumento de violencia en manos de la clase dominante; pero el verdadero poder de la clase dominante no consistía en la violencia ni descansaba en ésta. Era definido por el papel que la clase dominante desempeñaba en la sociedad o más exactamente, por su papel en el proceso de producción (Arendt, 2005).

La violencia y la primera línea ingresaron y siguen entrando a la discusión sobre la violencia política en el escenario socio-democrático. Unos sustentan que la violencia de la Primera Línea “no es la forma” y la descalifican, pero nadie aborda analíticamente sus causas y consecuencias. Desconociendo que las primeras protestas nacionales en la década del año 80, si bien surgieron de forma pacífica dada la profundización de la represión, la coacción y la coerción fueron pasando a otras formas de luchas y respuestas más violentas desde los sectores populares.

No obstante, desde el negacionismo funcional en estos cinco años se ha tendido a confundir esa respuesta con los saqueos, pillaje, delincuencia y destrucción de locales comerciales que responden a otras lógicas, pero que es significativo de distinguir y continuar explorando. Sin embargo, no cabe duda, que la “primera línea” es, fue y será un espacio para el ejercicio de la violencia política, de respuesta y de resistencia.

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