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Trabajo y Derechos de los niños y niñas

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Queda una semana para las elecciones y poco se ha analizado respecto del trabajo del mundo adulto y los efectos que puede tener en los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Ya sea tener un trabajo o carecer de este.

Cuántas veces los niños preguntaron a sus padres o abuelos, ¿En qué trabajas? ¿Qué haces en tu trabajo? ¿Por qué estás tan cansado/a? Existe la preocupación de ese referente, de lo que hace ese adulto significativo o protector, y lo que obviamente, resulta de dicha actividad en las relaciones interpersonales y dinámicas familiares.

Cuando se habla de “Trabajo” o “Derecho al Trabajo” aparece una barrera sustancial del mundo laboral adulto y la infancia. Sin embargo, hay una relación importante entre el trabajo y los niños.

Primero, porque los efectos de tener trabajo influyen directamente en ellos. Al estar gozando de un puesto laboral, significa no estar durante gran parte del día en el hogar. Limitando los derechos al esparcimiento; acompañamiento en las tareas escolares y un sinfín de actividades propias de los niños y niñas.

Y, en el caso de no tener trabajo, se palpa en las necesidades insatisfechas de la familia, y por ende en las historias de vida de niños, niñas y adolescentes. En que estos vivirán episodios de carencia económica sin disponer de bienes materiales e inmateriales para su desarrollo.

Hay efectos negativos, máxime, si pervive una Constitución Política y normas laborales, que no reconocen el Derecho al Trabajo, sino más bien la libertad de contratación. Cuestiones que generan un clima de inestabilidad; flexibilidad para el empleador; pérdida de interés en la asociatividad sindical, y pocas garantías de exigibilidad en las condiciones laborares, más aún, en la búsqueda de una justa y digna retribución económica del trabajador.

De hecho, en la campaña para estas elecciones, se ha tomado la agenda el tema del sueldo vital en un monto de $750.000.- Que, a razón de los costos de la vida actual, parece una estimación aún precaria y ajena a la realidad de las familias chilenas. Empero, resulta una luz en medio de la oscuridad financiera de muchos, que busca igualar pisos que son inmoralmente desiguales.

Fundación Sol ha investigado y publicado que según información de la base mundial de las desigualdades, en Chile el 1% más rico acumula el 49,8% de la riqueza total. Una “glotonería obscena” en palabras de Lemebel.

Por datos aportados por el INE, las cifras indican que gran parte de la población en Chile vive con menos de $600.000.- y por otro lado, hay niveles de desigualdad dantescos, en que muy pocos ganan mucho dinero.

Así el año 2017 y ahora en 2025, el PNUD ha insistido en la desigualdad estructural en Chile como un fenómeno constante, especialmente por la alta concentración del ingreso. Como revela el Índice de Desarrollo Humano Comunal elaborado por el PNUD en nuestro país, esta desigualdad también se manifiesta territorialmente: comunas de mayores ingresos presentan niveles de desarrollo similares a los países del norte global.

Poco se ha escudriñado y debatido, en especial en esta época de elecciones, de los “cuidados” o trabajo no remunerado”, a las actividades que se realizan en casa, que incluyen la crianza de niños. Y, que mantiene a gran parte de la población sin una retribución justa y digna.

¿Puedes vivir con $600.000 o menos? La infancia sufre primero las consecuencias de esa respuesta

Esto último, se ha invisibilizado; precarizado y se ha hecho no perceptible o no valorado por la comunidad. El Ministerio de Hacienda y ComunidadMujer han indicado que estas labores son realizadas mayoritariamente por mujeres, y representa el 19,2% del PIB de nuestro país.

La tragedia familiar es gigante cuando se carece de un trabajo. De hecho, forma parte de las variables para medir la pobreza multidimensional. Pero también lo es, cuando se vive con un sueldo de $600.000 o menos. Y, nos hacemos esa pregunta tan simple: ¿Puedes vivir con $600.000 o menos?

Si pensamos en el carácter vital del sueldo; las necesidades que deben satisfacer y el costo de la vida. Es difícil no llegar a la conclusión, que de manifiesto son vulneraciones o al menos, riesgo inminente de padecerlas por niños, niñas y adolescentes. La parte más débil de la dinámica familiar.

Otro aspecto a considerar, es el Trabajo Infantil, considerado como las peores formas de maltrato de los niños. ¿Qué tendrá que ocurrir? ¿Deben los niños, niñas y adolescentes sustituir el colegio por el trabajo? Si bien existen en el Código del Trabajo, requisitos para que los adolescentes puedan gozar de ciertos trabajos protegidos y que no afecten su desarrollo. ¿Es un ideal de sociedad protectora y de bienestar?

Si bien la Convención de los Derechos del Niño, deja a los Estados la misión de regular edades mínimas para mundo laboral infantil. En su artículo 33, el instrumento internacional de la infancia reconoce y garantiza el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y cualquier trabajo que sea peligroso, perjudicial para su salud, o que entorpezca su educación y desarrollo.

Entonces, ¿Qué hacer para que estos temas se pongan en agenda de lo público? Pasar de los discursos a las realidades. Porque en casos concretos, las familias son las que deben soportar los efectos de las decisiones políticas en materia laboral.

Si una familia carece de un puesto laboral ¿Cómo le exigimos ir a un programa de infancia y realizar una terapia de habilidades parentales? En el ejemplo, no podrán realizar intervenciones más especializadas si padecen de lo más básico: mantener económicamente un hogar; pagar cuentas de agua y luz; satisfacer requerimientos más elementales que una terapia psicosocial. En lenguaje coloquial “parar la olla”.

Y si se judicializa, sabemos ya, cómo va el Sistema de Protección a la Infancia de colapsado, lleno de listas de espera y haciendo frente a urgencias, reactivo, como un médico que pone un parche curita a un enfermo de cáncer.

Por tanto, no sólo vale judicializar o “demandar”, mejor es el camino del debate incidente en las políticas públicas; en el nivel de lo real, lo que está ocurriendo hoy en nuestras familias. Para que estas participen e influyan en el mundo político; puedan acoger estas manifestaciones y hacer frente a un fenómeno que cada mes que pasa —y hay que pagar las cuentas—, daña no sólo al mundo adulto del trabajo, si no que a niños, niñas y adolescentes y su desarrollo integral.

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