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Los entes de la oscuridad y 6 poemas

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I. “El que camina sin sombra”

Duerme la noche en su espinazo,
el cielo arrastra su antifaz,
el gato cruza como un lazo
que anuda el tiempo y lo deshace en paz.

No ruge, no ladra, no canta:
es un suspiro afilado,
una reliquia que espanta
con solo haberla mirado.

Sus ojos son dos faroles
que no alumbran, que condenan,
y en su lomo van los roles
de las almas que se envenenan.

Muerde el silencio más denso,
bosteza la catedral,
y en sus patas va el incienso
de un rito casi infernal.

Gato, maldición dormida,
brujo en forma de animal:
quien te vea no te olvida,
quien te sigue, ve su final.

II. “El heraldo del luto”

Un cuervo ríe sobre el camposanto,
no hay viento, pero él lo crea.
En cada graznido va el espanto
de una historia que no pasea.

Alas negras, cruz de niebla,
vuela bajo, cerca del mal.
Su sombra en la tierra tiembla,
como augurio de funeral.

Come ojos, no por hambre,
sino por ver lo que ocultan,
y su canto parte el aire
como campanas que insultan.

Se posa donde hubo pena,
donde la sangre rezó.
El cuervo canta y condena
todo lo que ya pasó.

III. “El aullido del último dios”

Un lobo aúlla donde empieza
la línea gris del nunca más,
y su garganta no reza,
pero recuerda a los demás.

No busca manada, ni abrigo,
ni quiere ser comprendido,
camina como testigo
de todo lo que ha caído.

El bosque abre sus entrañas
cuando lo oye caminar,
pues teme que en sus pestañas
vuelva la bestia ancestral.

Él es hambre sin remedio,
fiera hecha de soledad,
un eco antiguo en el medio
de una luna que se va.

IV. “El vuelo sin rostro”

Cuelga la noche de un clavo,
bajo la cúpula vil,
y el murciélago esclavo
surca la sombra infantil.

Quien te vea no te olvida, quien te sigue, ve su final

No tiene rostro ni canto,
ni patas que abracen bien.
Solo el chillido de un manto
que se cierra sin saber quién.

Vuela donde no hay sendero,
sueña en sangre y humedad,
es un monje prisionero
de su ciega oscuridad.

No tiene nombre, ni historia,
ni dueño, ni redención,
pero al tocarte, su gloria
será tu última canción.

V. “La voz del juicio”

El búho observa desde un trono
hecho de ramas y sal,
es juez sin ley ni abandono,
profeta sin bien ni mal.

Gira su cuello despacio,
su pupila es un altar,
y en su mirada hay espacio
para todo lo que va a acabar.

No se conmueve ni teme,
ni llora, ni va a rezar.
Él ya sabe lo que viene,
y no lo va a perdonar.

Cuando lo oigas en la noche,
con su canto irregular,
haz las paces con tu coche:
no llegarás al final.

VI. “La que roe el mundo”

Nadie la ve, pero siempre aparece,
en la grieta, en la tumba que nadie mece.
Ronda el olvido, lo lame, lo muerde,
de hueso en hueso, su imperio se pierde.

No teme al lodo ni al polvo sagrado,
su corona es de tiempo enmohecido y callado.
Camina en las ruinas, en la carne vencida,
como sombra que roe la esencia de la vida.

Bajo las lápidas canta sin boca,
su danza es silencio, su fe nunca choca.
Entra en los cráneos, dormita en la pena,
de siglos y siglos, su estela es cadena.

Pequeña señora de todo lo inmundo,
madre de noches, partera del mundo.
La muerte la besa, la llama, la espera:
la rata no teme… la rata prospera.

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