La vida privada es eso, vida privada. Y no es rol de terceros ir por ahí diagnosticando la personalidad de la gente. Cada quien carga con su cruz y buenaventura como mejor le acomode. Porque insondables son los caminos de la existencia, así como inescrutable es por qué cada cual es como es. La diversidad no sólo es parte de lo que nos toca vivir, es fundamental para el aprendizaje cruzado.
Lo anterior es cierto, pero con salvedades: siempre que la propia forma de actuar y pensar no afecte el espacio común, colectivo. Cuando esto ocurre, se trasciende la esfera privada, personal.
Que todos tenemos ego es de perogrullo. Del ego estricto, que es la autopercepción de lo que somos y cómo el resto nos ve. Y también del coloquial, que es la necesidad de ser reconocidos por nuestro entorno o, incluso, por la posteridad. No problema con ello. La necesaria y regulada vanidad es motor de artistas, creadores, de personas que han cambiado el rumbo de las sociedades. Igual que la ambición (varios pueblos más acá de la codicia), que es fuego para avanzar, individual y colectivamente.
No, no hablo de aquel ego consustancial al ser humano. A todos nosotros.
Apunto a ese sentido del yo hipertrofiado. El que impulsa agendas personales, individuales, e incluso institucionales, que afecta el cumplimiento de los objetivos que, en el marco del proyecto común, nos hemos propuesto.
Esa es una de las aristas.
La otra, más intimista. En su heroica autopercepción, quien se admira en demasía crea un mundo ficticio, sólo existente en su imaginación. Transita una realidad paralela incombustible a hechos, argumentos, verificaciones. En sus historias/alucinaciones, normalmente protagoniza todo lo que de relevancia ocurre. Cuando es un hecho positivo, fue gracias a él/ella que aquello ocurrió. En jerga política se le llama megalomanía. Cuando es afectado, muchas veces por sus propias acciones, se trata de un complot de agentes con mucha influencia que, advertidos del poder de nuestro Quijote virtual, intentan neutralizarle a como dé lugar. Y esto se califica de paranoia.
La transformación social requiere de acción conjunta. Existen, por cierto, liderazgos, pero su objetivo no debiera ser levantar caudillos ni llaneros solitarios. Así no se cimienta la intergeneracionalidad, ya que sólo la posta permite avanzar más allá del tiempo presente.
Lo claro es que tal no debiera ser problema alguno cuando los efectos de estos ejercicios no van más allá de los límites de la propia persona. Pero cuando trascienden, cuando comienzan a socavar la acción común, requieren atención. No tanta, por cierto. Que como el terrorismo mediático, este superser se alimenta de los focos, de la mirada como forma de autoafirmación.
En la historia del Rey Salomón, enfrentadas dos mujeres que alegaban ser las amantes madres de un recién nacido, una de ellas estaba dispuesta a que lo partieran en dos con tal de tener lo que consideraba le pertenecía. Al igual que en este bíblico relato, nuestro/a protagonista está disponible a arrasar con la causa colectiva (quedarse con la mitad de la guagua) con tal de cumplir su objetivo, que no es otro más que brillar, weón, brillar.
En política, los medios, las organizaciones y la calle está repleto de personajes como el bosquejado, donde Pamela Jiles es ejemplo sublime. Pero también los hay en otros ámbitos y territorios: en Aysén abundan quienes primero hicieron tal o cual acción, los padres (o madres) de todo lo que vino después, quienes desconocen de un plumazo todo lo obrado por los hombres y mujeres que les antecedieron, que fueron abriendo camino para hoy estemos acá. La tesis del self-made-man/woman no sólo es falacia winner, es una forma de ver el mundo que no construye comunidad.
La transformación social (si estamos de acuerdo en que es el sino de la organización social y ambiental) requiere de acción conjunta. Existen, por cierto, liderazgos, pero su objetivo no debiera ser levantar caudillos ni llaneros solitarios. Así no se cimienta la intergeneracionalidad, ya que sólo la posta permite avanzar más allá del tiempo presente.
Si algún día se encuentra con uno de estos personajes, desconfíe. No sólo porque probablemente lo que dice tendrá muchos vacíos o tergiversaciones que llenará con sus supuestas proezas (a veces ficticias, en otras ocasiones ajenas), sino que fundamentalmente porque más temprano que tarde su narcisismo le hará poner por sobre cualquier otro objetivo (la verdad, la labor colectiva, la solidaridad) alimentar su ego y excepcionalidad.
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viveroscollyer
Con tanta opinión-convencionalmente-crítica, este Pato
patagónico nunca saldrá «del-horroroso-Chile»….
¿Cómo discernir entre opinólogo y creador de escrituras?
¿Sí?