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Olvidamos. Recordemos.

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Hace veinte años alguien de cuyo nombre sí quiero acordarme dijo “No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo”. La frase resulta muy interesante, incluso aforística. Si no fuera tan extensa, hasta podría postular a estar en nuestro escudo nacional. Sin embargo, el encanto se opaca cuando recordamos que su origen se encuentra en un intento patético de su autor de evitar reconocer numerosas responsabilidades criminales. Lo que me llama cada cierto tiempo a volver a ella es un viejo problema con el que lidiamos permanentemente: la erosión del pasado. Se hace más delgada su imagen y conforme esto sucede se va poblando de espacios de falsedad. Y no se trata de defender aquí la idea de que podamos acceder a “una verdad” sobre el ayer que sea inmóvil y sólida como roca, pero sí que podamos reconocer algo de su textura y contrastarla con los parches, updates y remiendos desechables que la impostura, la mentira interesada o, peor aún, la trivialidad totalmente impúdica le agrega a través del teclado, del bot o de la cuña que alimenta la polémica cotidiana.

Lo vivido se escurre. Nos acontece que la memoria funciona de modo caprichoso y no nos permite ser dueños de nuestras mejores jornadas ni de esos momentos que alguna vez imaginamos imborrables. Siguiendo de algún modo un dictado de la vida con el que Borges muchas veces dialogó, la memoria va tornando fantasía el pasado y llega el momento, como dice José Luis Sastre, en que tememos que no pueda recrear las vivencias añoradas y “las edulcore y las mezcle o, peor aún, las invente” . Por otro lado, como también nos enseña el escritor argentino en su maravilloso cuento Funes el memorioso, sería una empresa perdida intentar crear “un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo”. Precisamente olvidar es, en dosis voluntarias e involuntarias, un requisito para poder recordar. La memoria siempre tiene relieve y el ejercicio de recoger del pasado, tanto personal como colectivo, un hito, un dolor, un ruido implica sumergir otros en una nebulosa en que permanecerán para siempre quizás, salvo que la terapia o el proceso de discutir colectivamente el pasado los rescate y nos permita nombrarlos.

Los espacios y las condiciones para el recuerdo del pasado se transforman. Se toman decisiones políticas no siempre muy lúcidas sobre ello, las que pueden incidir (y todo indica que así está siendo y será) en un debilitamiento de las habilidades para que, por ejemplo, las y los jóvenes chilenos compartan una instancia común de reconocer y discutir el trayecto histórico compartido. O se hace uso del pasado de forma maniquea y acrítica o abiertamente ignorante, abusando de la impunidad que regala lo evanescente que es el mundo digital y su capacidad de reproducción ad nauseam de cualquier afirmación hambrienta de convertirse por un rato en trending topic. El silenciamiento del pasado o su banalización al no reconocer que es parte de lo que nos dibuja como seres humanos nos empobrece.

La memoria y la historia forman hilos narrativos que ayudan a generar trayectos, a aventurar causas y consecuencias y elaborar así una cartografía de la vida, una ruta mínima de pilotaje. En un libro de reciente aparición, la psicoanalista y escritora española Lola López Mondéjar aborda un problema que ha detectado, junto a varios de sus colegas, y que está en un alarmante crecimiento: “la progresiva dificultad para contarse a sí mismo y para elaborar una historia. Se trata de una dificultad que nos afecta a todos, pero que sufren en mayor medida quienes han nacido en la era digital”. Si bien esa incapacidad no es un hecho inédito, lo que la autora destaca y denuncia es que el orbe digitalizado en el que vivimos promueve una individualidad que finalmente conduce a “aumentar progresiva e incesantemente esta jibarización de la capacidad narrativa”. No hay posibilidad de recomponer una cronología de sí que ayude a explicar el malestar. No fijar puntos de referencia en la trayectoria vital aparece como un gesto que huye patológicamente de la posibilidad de tener que escoger, ordenar, discriminar, acciones todas que suponen fricción y desasosiego. Por el contrario, una suerte de amnesia voluntariamente aceptada ayuda a un tránsito suave, sin porosidades ni obstáculos por el tiempo. Es un correlato de lo que también aborda López Mondéjar en su libro: el deseo de no-fricción, de no encuentro ni anclaje con las y los otros. Testimonio de ello, señala la autora, sería el uso de aplicaciones de cita o, ya en el borde de lo patológico, el establecimiento y ruptura de relaciones supuestamente interpersonales a través de un mensaje de texto o WhatsApp.

No fijar puntos de referencia en la trayectoria vital aparece como un gesto que huye patológicamente de la posibilidad de tener que escoger, ordenar, discriminar, acciones todas que suponen fricción y desasosiego. Por el contrario, una suerte de amnesia voluntariamente aceptada ayuda a un tránsito suave, sin porosidades ni obstáculos por el tiempo

El flujo inagotable de imágenes, el ruido digital y el scrolling perpetuo que impiden un momento de arraigo y pausa parecen ser el caldo de cultivo perfecto para que el tiempo se aplane y, por lo tanto, no apreciemos su relieve y profundidad. La habilidad de tejer narración de sí misma, tanto para la persona como para el colectivo, deja de ser una prioridad. Como dice un poeta español contemporáneo, “se están llevando la vida entera/descolgándola de las paredes de nuestras casas/y de la vivencia compartida”. Por ello resulta crucial que recordemos. Que nuestra biografía sea eso: el relato de una vida, la propia y la de todos.

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Pablo Toro-Blanco

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2 Comentarios

viveroscollyer

viveroscollyer

Muy triste este sr, pensador
Debiera releer a Borges: «todos vivimos tiempos muy difíciles»–siempre apocalípticos
Mejor. Lee a B Spinoza, y desconfía de las emociones tristes
Slds….

pablo-toro

pablo-toro

Gracias por su lectura y comentario, @viveroscollyer. Lamento que haya quedado con una impresión de tristeza tras mirar este breve texto. Lo que buscaba era, quizás muy melancólicamente, subrayar que sin recordar quedamos huérfanos de cualquier emoción, tanto de las tristes como, sobre todo, de las alegres.
Saludos cordiales.

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Pablo Toro-Blanco

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