Anoche soñé que Chile le ganaba a Estados Unidos la serie de Copa Davis. Soñaba con un Capdeville que dejaba de ser promesa a los 27 años. Soñaba con un “viejo” Massú derrotando a Roddick -para variar- en cinco dramáticos sets y anunciando su demandado retiro de las canchas.
En mi sopor, veía al capitán del equipo haciéndose cargo de las críticas y jugándosela por la renovación del tenis chileno. Anonadado contemplaba las tribunas colmadas de público, producto de los precios populares dispuestos por la Federación. También veía a dirigentes sin protagonismo y escabulléndose de las cámaras de televisión.
El sueño profundo me hizo emocionar con el histórico triunfo en dobles de Christian Garín y Bastián Malla frente a los invencibles hermanos Bryan para cerrar la serie.
Entre pestañazo y pestañazo, divisaba a Marcelo Ríos aplaudiendo desde lo alto del court bautizado recientemente con su nombre.
En tanto, Fernando Solabarrieta y Horacio de la Peña deliraban en pantalla con frasecitas lacrimógenas: “Somos los mejores del mundo”, “Gracias, muchachos, por regalarnos este día” y “Los milagros existen y hoy estamos en presencia de uno de ellos”.
Comencé a corear el “ceacheí” y a cantar el Himno Nacional con todo el estadio, hasta que… me desperté y me pillé hablando solo a las cuatro de la mañana.
Usted dirá que soy un soñador, pero en época de alzas, ¿cuánto cuesta soñar?
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