Los desafíos de la docencia han venido en aumento en las últimas décadas, directamente relacionados con los avances, el dinamismo y lo inesperado del día a día. En esta dirección, se puede señalar que una premisa relevante es aprender a enfrentar la incertidumbre, puesto que vivimos una época cambiante donde los valores son ambivalentes, donde todo está ligado (Morín, 1999).
Lo cierto es que los sistemas educativos han estado anclados a entregar certezas a los estudiantes, en la creencia de un bienestar basado en la estabilidad. Esto, sin duda, con la actual crisis sanitaria se ha remecido con intensa fuerza, lo que nos indica que la necesidad de cambiar no debe ser accesoria, sino que profunda y preparada para lo incierto.
Así, como con otras catástrofes y emergencias pasadas, la actual pandemia ha sacado a relucir muchas de las falencias de los diversos ámbitos de la vida cotidiana, y la educación no es la excepción. Si ahondamos, específicamente, en el ámbito de la docencia, la evidencia nacional e internacional da cuenta de todas las complejidades a las que han debido enfrentarse los profesores de distintos lugares del mundo, evidenciado, principalmente, en el deterioro de su salud mental.
Pese a las dificultades, también los docentes han demostrado un alto nivel de flexibilidad que, a la vez, les ha permitido responder al actual contexto y generar nuevos aprendizajes, los cuales en un futuro cercano seguramente podrán ser muy útiles. Por tanto, sabiendo que el rol docente es el motor para el desarrollo de los aprendizajes en los estudiantes, es clave mejorar sus condiciones y potenciar sus capacidades, especialmente, para afrontar contextos de crisis e incertidumbre.
Un reciente informe de la CEPAL y UNESCO (2020), señala que los apoyos prioritarios para los docentes durante y post-pandemia deben situarse en: resguardar apoyo en lo socioemocional y, a la vez, generar competencias para la enseñanza en materia de habilidades socioemocionales a los estudiantes, generar una formación profesional que permita abordar formas alternativas de enseñanza – aprendizaje, desarrollar prácticas que permitan tomar decisiones curriculares contextualizadas y flexibles, potenciando la evaluación y retroalimentación para el aprendizaje, entre otros.
Una pedagogía de la incertidumbre intenta dejar a los niños decir y escribir sobre lo que no saben, y pensar lo impensado
Dado el contexto, urge una renovada práctica pedagógica, que sea pensada para lo impredecible. Esto, exige nuevas habilidades y una alta flexibilidad pedagógica que, a su vez, permita potenciar en los estudiantes nuevas experiencias y aprendizajes para visualizar la estabilidad e inestabilidad como algo posible y constante. Una pedagogía de la incertidumbre intenta dejar a los niños decir y escribir sobre lo que no saben, y pensar lo impensado (Vignale, 2010)
Si consideramos las posibilidades que se abren con la actual pandemia para los sistemas educativos, es imprescindible pensar en una renovada pedagogía, apostando por prácticas actualizadas que asuman lo incierto como un elemento transversal al proceso de enseñanza-aprendizaje. En esta línea, algunos de los principales desafíos que se avecinan son:
En suma, contar con una docencia que renueve sus prácticas y asuma e irradie lo incierto como algo intrínseco al proceso educativo, requiere de políticas educativas efectivas, que involucren a los docentes (y a otros actores locales), cuenten con evidencias y sean acordes a los desafíos actuales y futuros de la educación.
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