La pregunta la formula con necesaria persistencia José Pablo Feinmann, filósofo argentino, en todas las tribunas de las que dispone como parte de su cruzada por llevar la filosofía a la calle, invitando a la gente a reflexionar sobre si está pensando por sí misma o sólo está repitiendo ideas de otros.
La traigo a colación en esta columna tras ver la penosa intervención de Pedro Ruminot, quizás por falta de libreto, en el programa Más Vale Tarde del canal Megavisión donde dio un claro ejemplo de a qué se refiere Feinmann cuando interpela con su pregunta. Ver a Ruminot disparando consignas, repitiendo eslóganes que no entiende y adquiriendo un aire de haberse reventado a un político en cámara transmite con exactitud lo que sucede cuando no se piensa, cuando se es pensado, cuando se toman titulares de periódicos para intentar articular un diálogo.
¿Cuántas veces hemos presenciado intercambios de clichés entre personas que, tras repetir incesantemente frases sueltas que alguna vez escucharon, se demoran apenas veinte segundos en caer en el ataque personal? ¿Cuántas veces hemos visto esa sonrisa bobalicona en boca de quien ha lanzado una frase cualquiera en el convencimiento que ha dejado sin “argumentos” a su oponente?
Ruminot es un buen ejemplo y debiera ceder los derechos de esta intervención para cualquier campaña tendiente a librarnos de la mala educación y, por favor, que no se confunda esto con la falta de modales. Las buenas maneras se aprenden en la casa. Por mala educación me refiero a esa que hoy carece de los contenidos necesarios que enseñe a pensar por sí mismo, la educación que permite estructurar argumentos con los cuales poder interactuar con otros en un diálogo coherente; la educación que, como dice el filósofo español Fernando Savater, enseñará que “la única obligación de esta vida es la de no ser moralmente imbécil”.
Ciertamente hay algunos colegios que se esfuerzan en esta materia pero también es cierto que hay profesores acorralados por apoderados ignorantes que le denuncian ante el rector por meter cosas extrañas en la cabeza a los pobres niños. Por cierto que debe ser preocupante para un padre mal educado que su niño llegue a casa haciendo preguntas raras. No hay nada peor que un niño cuando entra en cortocircuito con el mundo, dijo alguna vez Bertrand Russell.
Nuestra televisión ha convertido el reality en el programa favorito de los chilenos. Se presentan allí personajes de dudosa pertinencia, unos cuantos fracasos escolares y otros seres decepcionantes. Todos actúan una realidad pauteada, la que se transforma en el tema de conversación de la mañana siguiente entre aquellos que dejaron el uso de su intelecto en manos de quienes bien conocen las necesidades de “entretención” del mal educado. Pero no hay nada que supere ver a un tonto en su ambiente natural, sin pauta, sin libreto, solo con lo que nada sabe excepto repetir.
¿Cuántas veces hemos presenciado intercambios de clichés entre personas que, tras repetir incesantemente frases sueltas que alguna vez escucharon, se demoran apenas veinte segundos en caer en el ataque personal? ¿Cuántas veces hemos visto esa sonrisa bobalicona en boca de quien ha lanzado una frase cualquiera en el convencimiento que ha dejado sin “argumentos” a su oponente?
Vuelvo a Feinmann y la filosofía. He conversado con muchos estudiantes y es unánime el repudio que en ellos despierta algo tan aburrido como la filosofía. Lo triste es que tienen toda la razón puesto que a ellos no se les enseña filosofía sino historia de la filosofía. Deben aprender de memoria fechas y hechos de algo tan aparentemente latero y cuyos orígenes están a más de veinticinco siglos de distancia. De Sócrates recuerdan su incierta fecha de nacimiento, que dijo que lo único que sabía era que no sabía nada y que murió por la cicuta, aun cuando no están seguros de si se suicidó o lo envenenaron. Pero de su pensamiento no saben nada y mucho menos se dan cuenta de la presencia hoy en día de sus ideas. Esto es mala educación.
Sin embargo, basta con preguntar a esos mismos estudiantes por qué creen lo que creen o por qué consideran que algo es bueno o es malo para que de inmediato el diálogo se enriquezca sin un atisbo de aburrimiento y sin que adviertan que están en los dominios de la filosofía o de la ética. No solo se interesan sino que se dan cuenta que alguna de las respuestas que buscan no la van a encontrar en los libros de historia sino en la reflexión, en interrogar a otros y, sobre todo, en interrogarse a sí mismo.
Basta con estimularlos con los signos de la interrogación para asegurarse que, desde ese mismo momento, el sujeto continuará de por vida sometiendo sus acciones al escrutinio propio e incesante. La reflexión no es un acto especializado de quienes se dedican al oficio de la filosofía sino una parte indispensable y exigible de cualquier educación que merezca llamarse como tal.
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Dayanne Crowley
Compartimos la misma dolencia…