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Israel: ¿Democracia en retroceso?

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Quien sepa un poco de la historia política de Israel sabe que es una democracia donde hasta sus fuertes lideres les toca rendir cuentas al poder judicial. Fue el caso de Golda Meir que fue investigada por la Comisión Agranat tras la guerra del Yom Kipur por los errores de seguridad al inicio del ataque egipcio y sirio el cual casi llevó a la total derrota del estado hebreo.

Hoy en día, Israel parece vivir no solo una guerra externa contra Hamas, sino una interna mucho más peligrosa: la guerra por el control de sus propias instituciones democráticas donde rendir cuentas es evitado por cualquier medio por Benjamín Netanyahu. La reciente destitución del director del Shin Bet, Ronen Bar, por parte del primer ministro, no es solo un hecho aislado. Es un capítulo más en la larga lista de acciones del gobierno que parecen tener un único objetivo: blindar al poder político frente a cualquier forma de control democrático.

Netanyahu ha pasado de ser el “hombre fuerte” de Israel a convertirse en la representación de un poder que ya no tolera los límites institucionales y busca, bajo cualquier costo, estar en el poder. Tras el ataque terrorista sorpresa de Hamás el 7 de octubre de 2023 —una tragedia que sacudió al país y expuso fallas gravísimas de seguridad—, el propio Ronen Bar había manifestado su intención de aceptar responsabilidades y abandonar en el momento adecuado el cargo. No obstante, la prisa de su destitución, en marzo de 2025, levanta sospechas. ¿Qué quiere ocultar Netanyahu? ¿Qué urgencia lo llevó a deshacerse de un funcionario que, paradójicamente, asumía sus errores con más dignidad que su propio jefe?.

En paralelo, explota el escándalo conocido como ‘Qatargate’. Dos asesores cercanos a Netanyahu —Yonatan Urich y Eli Feldstein— fueron detenidos por presuntamente recibir dinero de Qatar para influir en la prensa israelí y sabotear las negociaciones de paz con Egipto. Este caso, más allá de lo judicial, es un símbolo de la descomposición moral de ciertos sectores del poder conectados al Likud y la extrema derecha religiosa.

Pero Netanyahu no se detiene ahí. En un movimiento que remite a las peores prácticas de los regímenes iliberales*, también ha presionado para destituir a la fiscal general Gali Baharav-Miara. Su “pecado” ha sido proteger la autonomía del sistema judicial y cuestionar la legalidad de la destitución de Bar. En otras palabras: por hacer su trabajo.

La gravedad de esta crisis institucional no puede subestimarse. Israel ha sido, históricamente, un país orgulloso de su democracia, incluso en un contexto regional siempre inestable. Sin embargo, las acciones del actual gobierno amenazan con erosionar las bases del estado de derecho. Lo que está en juego no es solo la continuidad de un primer ministro; es la credibilidad de un sistema político entero.

Netanyahu, y su coalición de extrema derecha, no solo está comprometida con grupos religiosos radicales sino ha adaptado un discurso teocrático al estilo de su más odiado enemigo como es Irán y formando parte de club de Donald Trump, Viktor Orbán, Javier Milei, Giorgia Meloni y líderes reaccionarios como Abascal, España, Bolsonaro en Brasil y Kast y Kaiser en Chile.

Lo más alarmante es que estos episodios no son producto del desorden o de la improvisación. Son síntomas de un proyecto político cada vez más autoritario, donde el poder ejecutivo busca neutralizar cualquier contrapoder que le incomode. No importa si es el director de los servicios secretos, la fiscal general o los jueces de la Corte Suprema

Lo más alarmante es que estos episodios no son producto del desorden o de la improvisación. Son síntomas de un proyecto político cada vez más autoritario, donde el poder ejecutivo busca neutralizar cualquier contrapoder que le incomode. No importa si es el director de los servicios secretos, la fiscal general o los jueces de la Corte Suprema.

En Israel, la democracia está siendo puesta a prueba. Y si algo nos enseña la historia es que las democracias no mueren de un día para otro. Mueren lentamente, a golpe de decretos, destituciones selectivas y reformas que vacían de contenido las instituciones.

Hoy, Netanyahu juega con fuego. Y lo hace en un país acostumbrado a vivir en emergencia, pero que nunca debería acostumbrarse a vivir sin democracia.

*Una democracia iliberal es un sistema donde se celebran elecciones, pero los ciudadanos carecen de plenos derechos y el Estado de Derecho es vulnerado. Aunque existe oposición política, la separación de poderes no se respeta. Estos regímenes, legitimados en el voto mayoritario, suelen ignorar las limitaciones propias del Estado de Derecho, resultando en una erosión de las libertades civiles y políticas. Las democracias iliberales, por lo tanto, presentan un desafío a la democracia liberal tradicional.

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