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La cadena de eventos que terminaron en las bombas atómicas sobre Japón

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Es llamativo lo diligentes que somos los seres humanos a la hora de ejercer violencia contra otros seres humanos. Hace exactos ochenta años, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre Japón, dando fin a la segunda guerra mundial.

En la cultura popular es muy habitual que la atención del público se concentre en el entramado científico-militar que permitió el desarrollo del proyecto Manhattan. La película «Oppenheimer», estrenada hace un par de años, ha reforzado este punto de vista.

Pero esta perspectiva deja afuera una serie de otros acontecimientos, todos los cuales se conjugaron entre diciembre de 1941 y agosto de 1945 para llegar al momento final que todos conocemos. Tal como un campesino debe abonar el suelo para obtener su fruto, alguien tuvo que abonar el terreno para que los bombarderos pudieran lanzar su carga nuclear sobre Japón.

Esto no habría sido posible sin el amplio consenso en el seno de la sociedad norteamericana, gracias al cual fue posible sostener el esfuerzo de guerra. Después de años de aislacionismo en el plano internacional, el ataque a Pearl Harbor modificó por completo el enfoque de la política exterior estadounidense, dando paso a un compromiso absoluto en el plano militar. La ovacionada declaratoria de guerra en el Congreso del presidente Franklin D. Roosevelt y el sostenido apoyo popular a la guerra son claros ejemplos de lo anterior.

Ya con la moral en alto, Estados Unidos se embarcó sin remilgos a montar la infraestructura de violencia que lo llevó al triunfo. El proyecto Manhattan, por ejemplo, creado pocos meses después del ataque a Pearl Harbor, recibió un financiamiento sideral de 2.000 millones de dólares (equivalentes a 30 mil millones de dólares en 2023) y contrató a 130 mil personas, entre militares, científicos y civiles.

Después, el poder norteamericano se proyectó hacia el océano. En su libro Por qué ganaron los Aliados, el autor Richard Overy puntualiza que la producción de barcos mercantes aumentó 26 veces entre 1941-1944, lo cual garantizó operaciones de abastecimiento a gran escala en la cuenca del Pacífico. En 1942, la marina ya disponía de 400 mil soldados listos para recibir órdenes en ese frente, comparados a los 60 mil estacionados en el teatro europeo.

La primera victoria significativa de los aliados ocurrió en la célebre batalla de Midway (1942), la cual detuvo el avance de la flota imperial japonesa, hasta entonces imparable. A partir de ahí, la marina norteamericana capturó una serie de islas de importancia que fueron cerrando el cerco sobre el archipiélago nipón: Nueva Guinea, Salomón, Marshall, Gilbert, Saipán, Guam (1943-44), Iwo Jima y Okinawa (1945), entre otras.

«Durante gran parte de la guerra, la situación geográfica de Japón había sido su salvación», dice Overy, pero a fines de 1944, las principales ciudades japonesas se encontraban al alcance de los bombarderos aliados.

La bomba atómica sobre Japón no fue un hecho aislado, sino el resultado de una maquinaria bélica sostenida por un consenso social, decisiones políticas estratégicas y un aparato militar sin precedentes

El programa de bombarderos sufrió varios cambios de enfoque en sus inicios, la principal de las cuales fue el debate entre tener una fuerza aérea independiente o sencillamente una fuerza de apoyo táctico a la marina y al ejército. El presidente Roosevelt dirimió la disputa ante la evidente necesidad de contar con aviones capaces de operar en el Pacífico. Esto allanó el camino para el desarrollo de un programa de bombarderos pesados de largo alcance, el más importante de los cuales fue el B-29, con una autonomía de vuelo de 9.000 km.

Aunque las campañas de bombardeo aéreo sobre territorio japonés habían comenzado a mediados de 1944 desde bases de la India e Indochina, dichas incursiones habían sido poco exitosas. Fueron las bases aéreas del Pacífico, capturadas por la marina, las que aseguraron el despliegue de los bombarderos.

«En diciembre de 1944 ya estaban operativas las bases aéreas de Guam, Tinian y Saipán», agrega el historiador Antony Beevor en La Segunda Guerra Mundial. A inicios de 1945, los aliados dieron inicio a su campaña de bombardeo sobre las principales ciudades niponas. Entre febrero y agosto destruyeron Kobe, Osaka, Nagoya, Yokohama y Tokio. El infame bombardero de Tokio, en la noche entre el 09 y 10 de marzo y protagonizado por 334 B-29, mató a 83 mil personas, muchas más de las que murieron por la bomba atómica que meses después cayó sobre Nagasaki.

En julio de 1945, mientras todo esto ocurría, los responsables del proyecto Manhattan en Nuevo México empacaban y enviaban, por orden del presidente Truman, dos cofres de plomo hacia el otro extremo del Pacífico, hasta la isla de Tinian.

En la madrugada del 06 de agosto, tres B-29 despegaron desde esa base aérea rumbo a Hiroshima, distante a 2.526 km.

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