La historia siempre nos da luces para entender de mejor manera los fenómenos que determinan el presente. En el lejano 1755 la emperatriz de Austria, María Teresa, envío a uno de sus mejores diplomáticos, Georg Adam Starhemberg, para negociar un acuerdo que concluyera con la centenaria rivalidad entre la Casa de Habsburgo y la Casa de Borbón. Mientras austriacos y franceses desarrollaban estas tratativas secretamente, también lo estaban haciendo sus respectivos aliados Gran Bretaña y Prusia. Todo este juego de traiciones diplomáticas saldría a la luz en enero de 1756 cuando se firmó el Tratado de Westminster, que establecía la neutralidad entre británicos y prusianos. Esto se entendió como el fin de la alianza que unía a Francia y Prusia y la existente entre Gran Bretaña y Austria, por lo que franceses y austriacos sellaron su propia alianza con el Tratado de Versalles. Este episodio se conoció como la renversement des alliances (reversión de alianzas) o Revolución diplomática.
269 años después de estos eventos que cambiaron la historia de Europa y del mundo (la alianza franco-austriaca llevó a que María Antonieta se convirtiera en reina de Francia, por su parte los británicos y prusianos fueron los que derrotaron a Napoleón en Waterloo), estamos prestos a vivir una nueva renversement des alliances, con la gran diferencia que en esta Era de la Información las negociaciones diplomáticas son vistas en vivo y en directo por todo el mundo.
No obstante, al igual que en el siglo XVIII la lucha principal se da entre dos grandes potencias (antiguamente Francia y Gran Bretaña, y ahora Estados Unidos y China), respaldadas por potencias de segundo orden, que actualmente son Rusia, Europa, Japón, India e Irán. Y si la guerra de sucesión austriaca fue el antecedente de la revolución diplomática de 1756, la guerra de Ucrania lo está haciendo ante un eventual nuevo cambio de alianzas. Este conflicto le ha sido muy costoso a Estados Unidos, que hace tiempo ya comenzó su declive como superpotencia. Tal como lo dijo el propio Volodymir Zelensky, hay un océano que separa a Rusia de Estados Unidos, por lo que la amenaza rusa es muy lejana para ellos, mientras la disputa que China hace de su hegemonía global es muy real.
En post del objetivo geopolítico principal, que es debilitar a China, se ve que Estados Unidos busca llevar a su lado a Rusia, el principal aliado chino, dejando atrás 80 años de rivalidad. Es indudable que a los ojos norteamericanos es más conveniente tener el apoyo de una sola potencia que de una confederación de países, como lo es Europa, donde siempre encontrarán problemas para adoptar una política común. El Secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, habló de una futura cooperación geopolítica y económica entre Washington y Moscú. Y el enviado especial norteamericano, Keith Kellogg, confesó que buscan “forzar” a Vladimir Putin a tomar decisiones que lo pongan “incómodo”, lo que se puede entender como actos que dañen su alianza con China. Extremando la idea, se espera que los rusos vean que la dependencia económica con China le sale muy caro, y es más conveniente reemplazarlo por Estados Unidos. Y la Guerra de Ucrania le está dando argumentos para pensar de esa manera. Los chinos no han apoyado decididamente a Rusia en la guerra, sino que se han aprovechado de su situación comprándole sus materias primas más barato; hasta reconocieron la agresión rusa en una votación en las Naciones Unidas.
Todo indica que sacrificar a Ucrania y abandonar a Europa es un costo que Estados Unidos está más que dispuesto a pagar, ya que le resulta más barato que seguir financiando la defensa europea. Pete Hegseth dijo que Europa tiene que asumir su propia defensa, dejando de ser tan dependiente de Estados Unidos. En este contexto, la intención manifiesta de anexionarse Groenlandia es otro factor que refuerza el alejamiento norteamericano de Europa.
Todo indica que sacrificar a Ucrania y abandonar a Europa es un costo que Estados Unidos está más que dispuesto a pagar, ya que le resulta más barato que seguir financiando la defensa europea
Ante esta situación, casi por la naturaleza de las cosas, Europa se decantará hacia China. No han sido los chinos quienes han atacado a las puertas de Europa (Ucrania), ni los que han amenazado con tomar una posesión de un país europeo (Dinamarca). No es casualidad que la diplomacia del gigante asiático haya solicitado que Europa sea parte de las negociaciones de paz en Ucrania, discrepando de la posición ruso-norteamericana que los quiere excluir. Dentro de la tradicional mesura de la diplomacia china, su ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, lanzó un claro mensaje contra Washington: «hay un país que se retira de tratados y organizaciones internacionales y creo que en Europa se sienten escalofríos casi todos los días ante eso».
Las únicas diferencias entre los europeos y chinos son de orden político-ideológicas: el viejo continente es el principal adalid de la democracia y China una autocracia. Pero de ideales no viven ni los seres humanos ni tampoco los países, por lo que los temas ideológicos se dejarán en un tercer plano frente a los objetivos geopolíticos, donde el poder es lo que importa. Así fue en 1756 y, muy probablemente, será en 2025.
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