Cuando vemos el paisaje político chileno en 2025, emerge la pregunta clave: ¿ofrece alguna de las candidaturas una ruptura real con el sistema de las últimas décadas o simplemente propone administrar el statu quo bajo otro nombre? En ese sentido, la candidatura de Evelyn Matthei —quien representa a la coalición de la derecha tradicional— parece inclinarse con claridad por la segunda opción. Y ahí radica el problema.
Continuidad, no reforma
Matthei ha sido figura de la política chilena durante décadas: ministra, senadora, alcaldesa. Su nominación por Renovación Nacional (aunque ella proviene de otra rama) la sitúa como candidata de la derecha que ya gobernó y que, por lo tanto, hereda responsabilidades de lo que no se cambió.
Tras su proclamación como candidata presidencial el 11 de enero de 2025, Matthei declaró:
“Chile no está bien (…) desde ya les quiero decir que el camino será doloroso.”
Este tipo de frases resuena más con la idea de administrar una crisis o daño existente, en lugar de proponer un proyecto transformador.
Vínculos con el pasado autoritario
Un aspecto central que refuerza la tesis de continuidad es un episodio polémico: Matthei afirmó que las muertes tras el golpe del 11 de septiembre de 1973 fueron “inevitables” y habló de un contexto de “guerra civil”.
Aunque luego se retractó y declaró que “nunca he justificado ni justificaré las violaciones a los derechos humanos.”
Este intercambio no es un mero detalle simbólico: muestra cómo su discurso se acerca peligrosamente al marco justificatorio del autoritarismo, lo que genera dudas sobre su compromiso con la democracia liberal y los derechos humanos.
¿Un proyecto para el siglo XXI?
Matthei propone una visión de orden, estabilidad, eficiencia. Pero ¿Dónde están las reformas estructurales? ¿Dónde está el nuevo contrato social que Chile reclama tras décadas de estancamiento?
En este sentido, su discurso aparece más como la continuación de la vieja derecha que como una reinvención.
¿Queremos que nos administren —como Matthei propone— o preferimos que nos transformen?
Además, su momento político no es trivial: la actual crisis de legitimidad de los partidos tradicionales y la fatiga de los ciudadanos con los gobernantes hacen que una oferta de “administrar lo conocido” sea débil ante una demanda de transformación.
Promesas incumplidas del sistema que ella representa
Para entender la debilidad de esa oferta, basta ver lo que sucedió con el gobierno de Gabriel Boric, que aunque de otro espectro mostró claramente los límites del sistema político chileno. Un informe concluyó que solo el 38 % de sus promesas legislativas se habían cumplido a tres años de mandato.
Las áreas donde no hubo avance alguno incluyen cultura, defensa, pueblos indígenas y democracia.
Este dato es clave: no es solo que Matthei no proponga ruptura, sino que el sistema que ella representa ha sido incapaz de cumplir lo que ya se había prometido. Proponer más de lo mismo, entonces, es una apuesta frágil.
Polarización, no diálogo
La derecha que encarna Matthei aparece como la continuación de un paradigma donde el orden y el mercado fueron centrales, y donde la inclusión y la participación ciudadana quedaron en un segundo plano. Frente a esto, la polarización crece: quienes buscan cambio real sienten que los partidos tradicionales, tanto de derecha como de “izquierda moderada”, les fallaron.
Si Matthei no ofrece apertura, innovación institucional o mecanismos de participación distintos, su candidatura corre serio riesgo de quedar en la lógica de la alternativa reactiva: “volver a lo que funcionaba”, sin entender por qué ya no funciona.
Conclusión
Evelyn Matthei representa el rostro pulido de la derecha chilena tradicional: experiencia, orden, continuidad, pero −y es el pero fundamental− sin proyecto de país para los próximos treinta años. Y Chile lo necesita: un país que ya no es el mismo que en los noventa, que no vive la emergencia de una economía-burbuja perpetua sino más bien la urgencia de repensarse.
La verdadera pregunta que deberíamos hacernos como electores es: ¿queremos que nos administren —como Matthei propone— o preferimos que nos transformen? Esa es la línea que separa a la candidatura de la derecha tradicional de la posibilidad de renovación democrática que Chile tanto necesita.
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