#Política

Kast no gana por adhesión: gana por agotamiento

Compartir

La victoria de la extrema derecha basándose en puras mentiras, fake news y sembrando el odio deja a Chile al mismo nivel que la Argentina caótica de Milei. Igual que Milei y Trump, quienes ahora llevan a sus países por el sendero autoritario y anticiencia. Pero hay que dejar claro que Kast no gana porque una mayoría de chilenos crea que él representa un proyecto de país sólido, viable o deseable. Gana, en el mejor de los casos, porque una parte significativa del electorado quiere votar en contra del gobierno actual y en contra de una izquierda que no supo leer sus propios límites.

Este fenómeno no es nuevo en Chile. Ya ocurrió cuando Michelle Bachelet terminó su segundo mandato y la ciudadanía optó por Sebastián Piñera, no por entusiasmo, sino por rechazo al oficialismo. Ocurrió nuevamente cuando, tras el estallido social, la derecha quedó completamente deslegitimada y Gabriel Boric emergió como la alternativa “menos distante” del malestar social. Hoy, el péndulo vuelve a moverse, no porque Kast convenza, sino porque el ciclo de frustración se repite.

Chile no está eligiendo proyectos: está castigando gobiernos.

El voto reactivo como norma

El problema de fondo no es solo Kast, ni Boric, ni la izquierda, ni la derecha. El problema es un sistema democrático presidencialista con segunda vuelta que encierra a la ciudadanía entre dos opciones que rara vez representan a la mayoría real.

En la primera vuelta, las cifras hablan solas: una candidata como Jeannette Jara alcanza alrededor del 26 %, Kast ronda el 18 %. Ninguno expresa una voluntad mayoritaria. Sin embargo, el sistema obliga a que uno de ellos —o alguien con un respaldo similar— termine gobernando como si hubiese recibido un respaldo nacional contundente.

La segunda vuelta no profundiza la democracia: la simplifica hasta volverla binaria, emocional y reactiva. Obliga a elegir “el mal menor”, aunque ambos males sean percibidos como tales. De ahí nace la inflación política de liderazgos débiles y la sensación posterior de estafa democrática.

El gobierno de Boric: ni desastre ni revolución

Conviene decirlo con honestidad intelectual: el gobierno de Gabriel Boric no fue un desastre, ni mucho menos una dictadura encubierta, como algunos auguraron con histeria. Fue un gobierno administrativo, limitado por un Congreso fragmentado, por derrotas constitucionales sucesivas y por expectativas desmedidas.

No logró transformaciones profundas, pero tampoco condujo al país al abismo. El problema es que, en una sociedad cansada y polarizada, la mera gestión no entusiasma. Y cuando la política deja de ilusionar, el electorado castiga, incluso aunque el castigo no tenga un destino claro.

El combustible del populismo

Este modelo democrático es el terreno fértil de los populismos extremos. Kast promete deportaciones masivas, orden total, soluciones simples a problemas complejos. Pero esas promesas no resisten el mínimo contraste con la realidad.

Basta mirar a Donald Trump. Estados Unidos, con un presupuesto gigantesco y una maquinaria estatal colosal, no ha podido ejecutar deportaciones masivas sin costos humanos, legales y económicos enormes. ¿Cómo se supone que Chile, con recursos limitados, podría hacerlo? ¿Cuánto costaría detener, procesar, mantener y trasladar a miles de personas? Nadie lo explica, porque el populismo no gobierna: declama.

Lo mismo ocurre con el discurso de seguridad. Chile no es hoy un paraíso, pero tampoco es un país que haya “descubierto” la delincuencia en los últimos cuatro años. Desde los años 70 existen robos, asaltos, violencia callejera y crimen organizado. Fingir que todo comenzó con Boric no es ignorancia: es mala fe política.

Cuando Kast habla de cifras delirantes —millones de muertos, colapsos totales— no describe la realidad: la distorsiona para gobernar desde el miedo.

Chile no está eligiendo proyectos: está castigando gobiernos

La responsabilidad de la izquierda

Pero sería deshonesto cargar toda la culpa en la ultraderecha. La izquierda chilena también contribuyó a su propio desgaste. Insistió en convertir ciertas banderas —aborto, política internacional, Palestina, feminismo, agenda LGTBIQ— en ejes identitarios excluyentes, sin comprender que Chile sigue siendo, en amplios sectores, un país culturalmente conservador, incluso dentro de la centroizquierda.

No se trata de renunciar a principios, sino de entender los tiempos y las formas. Cuando sectores moderados sienten que cualquier matiz los convierte en “traidores”, se repliegan. Cuando personas de centro son atacadas por no adherir a consignas absolutas, dejan de escuchar. Así se fragmenta una base social que podría haber sido mayoritaria.

El resultado es paradójico: una izquierda que no construye alianzas amplias y una derecha radical que se beneficia del vacío.

Autoritarismo real y autoritarismo imaginado

Durante años se repitió que Boric conduciría a Chile hacia una deriva autoritaria. Nada de eso ocurrió. En cambio, los discursos que hoy reivindican mano dura, concentración de poder y desprecio por los contrapesos institucionales sí contienen pulsiones autoritarias explícitas.

No es la izquierda chilena la que amenaza la democracia hoy. Es la combinación de frustración social, promesas imposibles y liderazgos que confunden orden con obediencia.

Una salida estructural: parlamentarismo y negociación

Chile necesita dejar de buscar salvadores presidenciales. Un sistema parlamentario —o al menos uno que fortalezca la negociación legislativa real— permitiría algo esencial: gobernar sin mayorías ficticias.

El parlamentarismo obliga a pactar, a ceder, a compartir responsabilidades. Evita que un líder con menos del 30 % gobierne como si representara al país entero. Reduce la épica vacía y devuelve la política a su función básica: administrar conflictos, no incendiarlos.

Para cerrar

Kast ganó, no será por amor. Será por cansancio. Y gobernar desde el cansancio ajeno es una base frágil. Confundir un voto de castigo con un mandato histórico es el primer paso hacia un nuevo ciclo de frustración.

Chile no necesita más promesas gritadas. Necesita menos arrogancia, más negociación y una democracia que deje de girar en círculos entre gobiernos malos y gobiernos peores. Gobiernos peores como será el de Kast, apoyado por el odio social, la mentira continua y la demagogia como filosofía política. La sociedad civil debe estar vigilante cuando se dé cualquier muestra de autoritarismo hacia los sectores de la oposición política. Bienvenido el régimen del odio.

1
15

Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad

Comenta este artículo

Datos obligatorios*

1 Comentario

Kast no sirve

Excelente análisis, señor Pinkas. Ya sabemos que es Kast, un nazi y sujeto que se alimenta con odio. Nada bueno puede salir de este régimen de Kast, solo mentiras