Las primarias presidenciales de la coalición oficialista chilena arrojaron un resultado revelador: el triunfo de la candidata del Partido Comunista (PCCh). Como suele ocurrir, las interpretaciones inmediatas oscilaron entre la exageración y el alarmismo. La derecha reaccionó advirtiendo un «peligroso giro al comunismo», mientras sectores de la izquierda celebraron el hecho como un punto de inflexión revolucionario. Ambas lecturas ignoran un dato fundamental: la trayectoria institucional del PCCh en la democracia chilena.
Pese a su simbología e identidad de izquierda, el Partido Comunista ha mantenido una práctica política reformista desde el retorno a la democracia. Ya durante la Unidad Popular impulsó la «vía chilena al socialismo», distanciándose del rupturismo de otras facciones. En los 90, aunque excluido de la Concertación, buscó inserción mediante pactos electorales. Desde 2014 participó activamente en gobiernos –como el de Bachelet II– y hoy ocupa carteras clave en la administración de Boric. Ser comunista en el Chile actual no implica promover revoluciones, sino disputar reformas dentro del marco democrático.
Las reacciones al triunfo reflejan una tensión más emocional que racional: la derecha revive fantasmas de la Guerra Fría con el espantajo del «Chilezuela», mientras cierta izquierda imagina refundaciones radicales ajenas a la praxis real del PC. Todo indica que, al igual que el Frente Amplio en su momento, el PC comenzará a dosificar sus posturas consideradas radicales (como sus vínculos con Cuba y Venezuela) conforme avance la carrera presidencial. Su programa de solo siete páginas parece diseñado para incorporar aportes de sus socios de coalición –espacio que probablemente utilizará para moverse hacia el centro político, no hacia la izquierda.
El triunfo no es una anomalía, sino síntoma de madurez institucional. La victoria comunista ocurrió en primarias democráticas dentro de una coalición gobernante, con propuestas moderadas. Refleja el desgaste de otras fuerzas progresistas y el fracaso de políticas elitistas: los magros resultados del Frente Amplio y Socialismo Democrático evidencian el divorcio entre bases y dirigencia. Esto explica tanto el triunfo pasado del FA como la alta probabilidad de que Jeannette Jara obtenga la nominación presidencial.
No obstante, un eventual gobierno de Jara difícilmente romperá moldes. El ejecutivo parece constreñido por límites estructurales –particularmente la influencia del poder empresarial– que ya condicionaron a administraciones de Boric y la Concertación. Por ello, el verdadero riesgo autoritario no proviene del PC, cuya vocación institucional queda clara en declaraciones de sus líderes:
«No buscamos imponer una revolución, sino avanzar democráticamente hacia un país más justo.» Guillermo Teillier (QEPD), expresidente del PCCh
«El PC ha demostrado ser parte de una izquierda moderna que cree en las instituciones.» Camila Vallejo, ministra vocera de Gobierno
El triunfo comunista no es una revolución, sino un síntoma de madurez institucional y reformismo democrático
«Apostamos por transformaciones profundas con respeto irrestricto a la institucionalidad.» Daniel Núñez, senador del PC
Esta trayectoria no es excepcional: partidos comunistas en Portugal (PCP), Uruguay (PCU) e India (Kerala) han actuado dentro de marcos democráticos. El auténtico peligro extremista reside en la derecha, donde figuras como Kast promueven propuestas radicales que amenazan la frágil democracia chilena.
Quienes anticipan una lucha por el centro también yerran: la coalición de Jara es el centroizquierda que ha dominado la política chilena postdictadura. La desdibujada Democracia Cristiana y Amarillos por Chile gravitan hacia la centroderecha, mientras sectores mattheístas probablemente se plieguen a Kast. Así, el escenario se polarizará entre centroizquierda y extrema derecha, sin espacio significativo para un centro autónomo.
En síntesis: el triunfo del PC no es revolución ni anomalía. Es un reequilibrio al interior de la coalición gobernante, donde sectores de izquierda articulada conectaron mejor con las bases que el progresismo tecnocrático. Refleja desgaste de discursos elitistas y búsqueda de coherencia con demandas sociales. No hay indicios de autoritarismo ni abandono de la vía democrática. Se vislumbra, más bien, un escenario de debate ideológico abierto donde las propuestas transformadoras competirán en igualdad de condiciones. Lejos de ser una amenaza, esto podría ser una oportunidad para la democracia chilena.
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Gonzalo vicuña
Muy buen análisis, claro y realista. Tan diferente a la histeria que exuda de los análisis de toda la prensa escrita y TV. Intentando apaciguar al perro rabioso que paga su publicidad, o sea los empresarios, que son justamente los que mejores relaciones tienen con el partido comunista chino, gracias a lo cual han hecho grandes fortunas exportando e importando productos y de paso liquidando la escasa industria nacional. El cierre de la fundición de Huachipato, es un hito en la gestión empresarial privada. Se suponía que los privados sabían gestionar mejor que el Estado, y en la práctica han demostrado lo contrario. Es una de las variables que explican el triunfo del Frente Amplio y ahora el triunfo de Jeanette Jara; la gente no confía en las empresas. Lo demuestra la queja de la presidenta de la CPC Susana Jiménez: todavía hay un discurso anti empresarial. La ciudadanía los conoce, y conoce al PC chileno. En plena época de comunicación instantanea y con cientos de fuentes, verdaderas y falsas, la gente sabe que ni los empresarios son unos genios virtuosos, ni los comunistas chilenos son el fantasma de Stalin. No veo por donde esto es una derrota para el Frente Amplio, pero bueno cada uno saca sus conclusiones.