Desde hace un tiempo he entendido algo que incomoda decir. En ciertos sectores de la izquierda se instaló una forma de hablarle a la gente que suena a reprimenda. Se presenta como “orientación” o “enseñanza”, pero en el fondo es mirar a las personas por sobre el hombro, como si necesitaran conceptos enredados o casi académicos para comprender lo que viven todos los días. Como si no pudieran entender su propia realidad sin alguien que se las traduzca.
Y ya no es solo cosa del progresismo tradicional. Parte importante de las generaciones jóvenes, las mismas que se presentaron como portadoras de una escala de valores distinta, cayó en lo mismo. Se nota en cómo hablan, repitiendo frases de opinólogos de Twitter con la realidad alterada o de cualquier random medianamente convincente en TikTok, creyendo que así elevan la discusión cuando en verdad la vuelven más lejana y artificial.
Nadie discute la necesidad de educarse para aportar, sobre todo en educación cívica. Pero si ese conocimiento no sirve para conectar con la gente y entenderla, se vuelve pura challa envuelta en palabras bonitas. Y ojo, explicar no es el problema. El punto es el tono y la forma, porque cuando la explicación viene desde la soberbia, desconecta más de lo que ayuda.
Se esperaba más cercanía y menos humo, pero varios terminaron atrapados en el mismo tono de superioridad que criticaban. Andan corrigiendo a medio mundo, tirando teoría como si eso bastara para entender el país. Ese comportamiento no aporta y solo ensancha una distancia que ya estaba instalada.
Mientras tanto, la izquierda se fue alejando del país real. En los barrios la preocupación es llegar a fin de mes, sobrevivir, avanzar un poquito. Pero acá seguimos entrampados en peleas que no le mejoran la vida a nadie. El conflicto entre la antigua Concertación y el Frente Amplio dejó de ser una discusión de futuro y se volvió una pelea chica por quién manda, quién interpreta mejor el progresismo y quién arruinó qué. Fuera de ese círculo, a la mayoría le da exactamente lo mismo.
Ahí entró Parisi. No porque tenga liderazgo real ni un proyecto serio, sino porque le habla a su gente sin tratarlos como tontos. No los ridiculiza ni los sermonea ni se sube al pedestal de la superioridad moral. Ese gesto, más allá del personaje, muestra un espacio que la izquierda dejó botado hace demasiado tiempo.
Lo más grave ni siquiera es el eventual impacto en la segunda vuelta. El verdadero problema es el futuro entero. Cuando se pierde la confianza de la gente, recuperarla toma años, si es que vuelve
En muchos barrios se sintió que la política hablaba de ellos, pero casi nunca con ellos. Se dice estar del lado de quienes más lo necesitan, pero en la práctica se mantiene una distancia evidente. Incluso cuando sabemos que muchas políticas públicas han mejorado la vida de millones, eso no reemplaza la sensación diaria de que la política mira desde lejos.
Seguir así es pegarse un balazo en el pie. Mientras la discusión siga atrapada en tecnicismos, peleas internas y un tono de superioridad insoportable, el terreno se va perdiendo solo. Y lo más grave ni siquiera es el eventual impacto en la segunda vuelta. El verdadero problema es el futuro entero. Cuando se pierde la confianza de la gente, recuperarla toma años, si es que vuelve.
El desafío ahora no es cazar culpables, sino asumir la desconexión y empezar a repararla. Todo lo demás es humo mientras no se mire a la gente con la dignidad y el respeto que merece.
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iGuillermo
Excelente análisis rotito.
abechtold
Muy bien
El roteo continúa con el engaño de los impuestos: te quito para darte después, previo recorte para el generoso político. Por eso la abuela Jiles es popular con su retiro: me ayudo con mi propia plata, no quitándole a otros
Sld