En tiempos de campañas encendidas y diagnósticos fugaces, hablar de educación puede parecer una digresión. Pero no lo es; al contrario, en medio del tráfago electoral, es cuando más se requiere discutir ideas de fondo. Y pocas son tan decisivas –ni tan olvidadas últimamente– como el proyecto educacional de la centroizquierda chilena.
Durante buena parte de su historia, el socialismo chileno no concibió la educación como una política pública más, sino como una causa moral, incluso civilizatoria. No era solo un medio para la movilidad social, sino el fundamento mismo de la ciudadanía. La convicción era simple y vigente aún: sin educación no hay libertad real, ni justicia posible, ni democracia que se sostenga.
Esa tradición –que bien podríamos llamar socialismo docente– tiene raíces concretas. En pleno siglo XIX, cuando gran parte de Chile apenas empezaba a leer, líderes obreros como Fermín Vivaceta organizaban escuelas nocturnas para trabajadores. No buscaban formar solo mano de obra, sino ciudadanos ilustrados, hombres y mujeres capaces de comprender, debatir, organizarse y exigir justicia. Las primeras escuelas populares inculcaban lectura, aritmética, formación moral y un ideal de fraternidad social. El saber como acto político, la instrucción como semilla de libertad.
Nada de aquello es nostalgia. O, mejor dicho, es una nostalgia útil, la que recuerda de dónde venimos para imaginar con más claridad hacia dónde ir. Porque lo cierto es que la educación pública chilena atraviesa una degradación estructural. En demasiados lugares se ha convertido en la educación de los pobres, una red de último recurso. Escuelas agobiadas, liceos emblemáticos venidos a menos, profesores desbordados, entornos que no estimulan ni el esfuerzo ni la imaginación. La brecha con la educación privada no solo persiste, sino que se vuelve más cruel, porque ya no se trata solo de recursos, sino del horizonte de miles de vidas.
El problema no es nuevo, pero se ha vuelto más profundo y más hipócrita en su tratamiento. Se denuncia el lucro, pero no se construye una alternativa robusta y realista, apuntando a improbables revoluciones educacionales. Así, se defiende la educación pública en el discurso, mientras se la deja morir en los hechos, perdiendo la oportunidad de cambios graduales pero efectivos. Como si el deterioro fuese inevitable, como si pedir excelencia fuera un gesto elitista, como si resignarse fuera lo sensato.
Una izquierda que quiera ser algo más que administradora del desencanto debe recuperar esa vieja bandera, no por romanticismo sino por responsabilidad. Y tiene, además, una oportunidad real de hacerlo. En medio del debate programático que se abre de cara a la próxima presidencia de Chile, el socialismo democrático puede y debe proponer una visión educativa moderna, exigente y profundamente igualitaria.
José Joaquín Brunner ha planteado con lucidez tres prioridades para el período 2026–2030: reforzar la educación inicial, lograr que todos los niños alcancen comprensión lectora adecuada en segundo básico e integrar de forma guiada la inteligencia artificial en la enseñanza media superior. Son propuestas sensatas, basadas en la evidencia, que buscan concentrar los esfuerzos del próximo gobierno en lo esencial. Y sería un error que la izquierda las desestimara solo porque no vienen envueltas en la inútil retórica ideológica.
La educación no es un tema más. Es la médula del pacto republicano. Y si la izquierda quiere renovar su sentido histórico, debe volver a levantar esa bandera, con convicción, con conocimiento y con coraje
Pero tampoco basta con adherir técnicamente a esos lineamientos. La izquierda debe aportar una dimensión ética y cultural más profunda: no basta con mejorar resultados, hay que reconstruir sentidos de vida. Educar no es solo preparar para el trabajo, sino formar personas capaces de deliberar, convivir, crear y resistir los cantos de sirena de la desinformación y la cultura tiktokera. La educación como derecho no es solo acceso gratuito, sino acceso a pedagogía de calidad y de exigencia compartida entre docentes y alumnos.
Las investigaciones coinciden en que las capacidades cognitivas y socioemocionales se moldean en los primeros años de vida. Lo que se hace –o se omite– en esa etapa tiene efectos duraderos. Por eso, la educación parvularia debe dejar de ser otro apéndice del sistema. Es ahí donde se puede compensar, de forma real, las desigualdades de origen. Un niño que llega mal alimentado, sin lenguaje estimulado ni vínculos afectivos seguros, parte la vida con desventaja. Si el sistema no interviene a tiempo, esa brecha se ensancha hasta volverse irreversible, y ese mismo joven, claro, puede llegar a la universidad (vía gratuidad) en claras condiciones de desventaja.
La educación inicial (parvularia y básica) debe ser entendida como una necesidad política estratégica. No se trata solo de ampliar la cobertura, sino de garantizar calidad: personal bien formado y bien remunerado, ambientes ricos en estímulos, apoyo a las familias, continuidad pedagógica con la educación básica. Esa es la base del desarrollo humano, económico y democrático de cualquier país que ha llegado al desarrollo. Los ejemplos sobran.
La educación no es un tema más. Es la médula del pacto republicano. Y si la izquierda quiere renovar su sentido histórico, debe volver a levantar esa bandera, con convicción, con conocimiento y con coraje, pues más de alguien lo tachará de tema importuno. Porque cada niño que aprende a leer, cada joven que descubre su talento, cada profesora que enseña con pasión, están haciendo política de la mejor clase, aquella que transforma las vidas que han partido en desventaja.
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Harald Bello
J.j. Bruner anda buscando pega, nada más. Leí su propuesta, no es de izquierda ni nada que se le parezca. A JjBruner además lo publican en El Libero un inmundo diario virtual de fachistan. Mariana Aylwin y Gutenberg Martínez además de lucrar con la educación, también se las daban de ser de centro izquierda , hasta que se les cayó el disfraz . Jj Bruner es como el MeO de las propuestas en educación. Lleva décadas escribiendo propuestas, pero ni la ministra Aylwin lo pescó.
abechtold
Que reforzador al punto hizo el tristemente célebre profesor de Limache que le gritaba a sus alumnos para que no lleguen a pensar distinto a él. Tener a la educación como herramienta ideológica es un abuso total; por lo tanto «socialismo docente» no es otra cosa que buscar contaminar a los niños, no enseñarlos a pensar.
Queda entonces demostrado
A. Merino
Escuela de carabineros, ejército, marina o aviación es la escuela que conviene.
Egresado de esas escuelas castrenses, y según última información de prensa, se tiene dos mil millones , 2.000.000.000 para comprar vino, cerveza y whisky y consumirlo en sus cuarteles. Además de un sueldo gaeantizado por el Estado hasta la jubilación que es tipo socialista, de reparto son AFP. Ahí no funciona eso de la plata es mía, porque todo es costeado por el Estado.
                        
abechtold
Si uno hace una simple encuesta (las hay, las he visto), de a que grupo político relaciona la gente con mejor educación, la izquierda no es un referente. Y razones no faltan: tanto el ejemplo de la generación pinguina, que terminó usufructuando del Estado con grandes sueldos, pero con la educación publica en franco deterioro; y la simpatía con los grupos anarquistas que se toman los colegios, que impiden progresar a los que se esfuerzan; todo esto llevó a que la educación, como bandera política, no sea patrimonio de la izquierda; es mas, en las preguntas que se hacen, casi nadie quiere que un director de colegio sea de izquierdas.
Por lo tanto, distinto era cuando, en una Republica incipiente, los profesores (de amplia base normalista) fueron canalizados polìticamente por los radicales. Ahora, en que los profesores no son los mejores de su clase, sino que del grupo mediano hacia abajo, y mas encima son formados en antros polítiqueros como el Pedagógico, la gente reconoce que prefiere otro tipo de formadores de sus niños; cuando puede elegir (algo que la izquierda ha buscado eliminar, obviamente).
Saludos