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Católicos: ¡no decaigamos!

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Los cristianos creemos que Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, se sometió voluntariamente al suplicio de una muerte tan angustiante y tortuosa, a fin de hacer de sí mismo el Cordero Pascual sacrificado en nombre de la Nueva Alianza. Cargó sobre sus hombros todo el peso del pecado y entregó su Sangre para la expiación y la salvación del mundo. Sin tener culpa alguna, el Verbo Encarnado ofrendó su propia vida para el perdón y la renovación de la humanidad.

Seguir a Cristo implica no sólo gozo y alegría, sino también desventuras y momentos de pesar y amargura. Así también la tarea de purificar la Iglesia que instituyó en persona, que atraviesa tiempos tan difíciles y vergonzantes. Conlleva tolerar que, incluso de mala fe, se señale a laicos, consagrados y clérigos no relacionados con los graves delitos y pecados cometidos por quienes traicionaron la esencia del mensaje, la enseñanza y el ministerio de Jesús, como culpables, cómplices o encubridores de los mismos.

Igualmente trae aparejada la obligación moral de colaborar con el deber de verdad y justicia para con las víctimas y la comunidad, de auxiliar y acompañar a las primeras en cuanto requieran, y por último, de regenerar aquello por otros corrompido.

Es menester recordar que, tras la desolación de la Cruz, siempre adviene la esperanza de la Resurrección.

Llamo a no desfallecer en esta vía dolorosa, a no perder el entusiasmo por tantas buenas obras llevadas adelante, a la luz del Evangelio y en armonía con el magisterio de Francisco, por múltiples personas, comunidades, órdenes e instituciones en el seno de la Iglesia. Es menester recordar que, tras la desolación de la Cruz, siempre adviene la esperanza de la Resurrección.

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Juan Pablo Pinto Montero

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