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Noche de paz

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Después de cerrado otro proceso eleccionario en Chile, en pleno mes de diciembre, todo vuelve de un salto a la normalidad. Cesa la cantinela sin fin de la propaganda machacona y furibunda, y por fin descansan los oídos de tanto discurso encendido y quedan atrás las frases grandilocuentes. En los hogares de Chile, donde viven y conviven los José González y las señoras Juanitas, todo se centra en la navidad, el tiempo de espera que llega a su fin, y en compartir en paz y armonía la nochebuena.

Hombres y mujeres de todas las épocas han hecho un alto en el camino, para celebrar navidad como Dios manda. Siempre me gusta recordar en estas fechas, momentos de la historia en que la navidad marcó un momento especial, incluso cuando nadie lo esperaba.

Hoy los quiero llevar atrás en el tiempo, a la Europa que se enfrentó en la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1919. Recordemos que este conflicto se inscribe como uno de los más letales de la historia, con un saldo de más de 10 millones de muertos, y unos 20 millones de heridos. Una de las guerras más cruentas de las que se tiene registro, y donde las potencias de la época, estrenaron carros blindados de combate, ametralladoras, y el uso masivo de armas químicas, con el uso de gases venenosos. El frente occidental estaba ubicado entre Francia y Bélgica, la guerra se desarrolló a través del combate en trincheras. Ambos bandos se refugiaban en estrechas y profundas zanjas en la tierra.

Desde allí se lanzaban recíprocamente toda clase de proyectiles. Entre la franja de trincheras de ambos bandos, se extendía una gran franja de terreno, conocida como “Tierra de nadie”. En ese espacio, es donde se libraron los combates cuerpo a cuerpo, en los sucesivos ataques en que un bando y el otro intentaban avanzar en el terreno. Prácticamente durante todo el lapso de la guerra, ninguno de los bandos obtuvo avances significativos. La “tierra de nadie” estaba plagada de cadáveres, que quedaban abandonados.

Dentro de este terrible conflicto, que no por nada, se le denomina “la gran guerra”, sucedió un hecho, que de tanto en tanto se vuelve a recordar, a propósito de la navidad. Lo relata el historiador Stanley Weintraub, en el libro “Silent night” (Noche de paz) y sucedió a inicios de la guerra, en diciembre de 1914. En algo que hoy parece increíble, a lo largo del frente de batalla, en Yprés (Bélgica) y también en otros puntos del frente occidental se produjo en forma espontánea el cese al fuego. Tropas del imperio alemán, y tropas británicas, interrumpieron la masacre, para celebrar navidad.

Fue un hecho insólito, que fue posteriormente registrado por los medios de prensa. Los soldados desoyeron las órdenes expresas del alto mando, que prohibían “confraternizar”, y dejaron de lado las armas. Sucedió el 24 y 25 de diciembre de 1914, y se habría iniciado cuando soldados alemanes, pusieron árboles de navidad a lo largo de la trinchera, y entonaron la conocida canción “Stille Nacht» (en alemán, Noche de paz). Relata la historia, que desde el lado británico respondieron entonando villancicos en inglés. A partir de ahí, comenzó un acercamiento que, con gestos, e intercambio de frases, del tipo “Yo no disparar, tú no disparar”, se pasó derechamente a intercambiar objetos, a modo de regalo. Algunos intercambiaron botones de sus chaquetas, compartieron alimentos, y se pactó entre la tropa que esta tregua espontánea, se prolongaría al día siguiente en el día de navidad. Y así sucedió.

Las tropas aprovecharon de retirar los cuerpos de sus camaradas fallecidos. Los soldados de un lado ayudaban a los del otro bando a cavar las tumbas y enterrar los cuerpos, y viceversa. Luego las tropas, cocinaron y compartieron alimentos, y luego en un hecho inédito, se enfrentaron en un partido de fútbol. Eran miles de jóvenes forzados a dejar sus vidas cotidianas para ir al campo de batalla. Fue tal el impacto emocional de la espontánea tregua que muchos en las tropas no querían volver a los combates, por lo que los superiores amenazaron con castigos, que podían llegar a la pena de muerte, por negarse a combatir. El historiador Weintraub consigna que muchos de los soldados registraron en cartas a sus familias, y en sus propios diarios, lo hermoso que había sido aquel momento. Los diarios de la época publicaron fotografías, tomadas por los propios soldados y enviadas a sus familias, donde se puede apreciar a las tropas compartiendo amigablemente, y también jugando a la pelota, como si estuvieran en un barrio de Liverpool o Berlín.

Si personas que estaban enfrentadas a muerte fueron capaces de deponer las armas, para abrazarse y recordar la magia de navidad, cuánto más podemos hacer nosotros, para mejorar nuestra convivencia en los hogares, en los barrios, en las ciudades

Este momento histórico cargado de emoción fue inmortalizado en el “Estadio Brittania” en Inglaterra. A la entrada del estadio una estatua recibe a los hinchas, conmemora ese partido entre los jóvenes soldados ingleses y alemanes. La estatua lleva por nombre “All Together Now» (Ahora Todos Juntos), en ella se muestra a dos soldados ataviados con uniformes característicos del ejército británico y alemán, estrechándose las manos, como disponiéndose a dar el puntapié inicial a la pelota, que está en el piso.

A lo largo de la Gran Guerra, se sucedieron numerosos episodios como éste, tanto en torno a la celebración de la navidad, como también, para permitir la realización de trabajos o ejercicio al aire libre. En todos ellos, las tropas cesaban el fuego, y departían en paz.

En otra latitud y ciento once años después, nos estamos preparando en Chile, para celebrar una nueva navidad. Posiblemente en calles y centros comerciales se escuchan villancicos, y en nuestras casas, incluso la conocida “Silent night”, “Noche de paz”. Es posible que la imagen que he traído ante sus ojos se vea como algo muy distante a la realidad que nos toca vivir. Es precisamente por esa razón que recuerdo a aquellos jóvenes soldados que fueron sacrificados en el altar del combate, y que en medio del dolor y de la muerte, supieron rescatar un espacio de humanidad, que es común a todos sin distinción. Somos tan afortunados de vivir en Chile, una tierra de paz y fraternidad, que, a ratos, damos muchas cosas por sentadas. Nuestro clima de convivencia, la paz que reina en nuestro territorio, no hay que darlo jamás por sentado. Debemos hacer cada uno lo que nos corresponde, para que nuestros hijos e hijas, puedan seguir disfrutando de la bendición de vivir en una tierra de paz.

Nuestro Señor Jesús, el Príncipe de la paz, nos permita desde esta tierra bendecida de Chile, valorar lo que hemos construido juntos, valorarnos en nuestras diferencias, para que, por nuestros hijos, y por los hijos de sus hijos, podamos trabajar, “Ahora Todos Juntos”, para poder tener un futuro en común.

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