“El trabajador social que ha perdido la capacidad de indignación y de rebeldía ante los problemas y las injusticias que padecen los sectores vulnerables, está más cerca de la esterilidad y de la enajenación que del desempeño profesional” (Alayon, 1989:12).
El presente texto propone, un recorrido sintético por algunos hitos que, a cien años de su surgimiento, interpelan a la profesión y abren la posibilidad de una nueva reconceptualización orientada a recuperar su proyecto ético-político de transformación social, y no a la mera mantención del orden existente. Esta dimensión transformadora ha estado, en gran medida, ausente en las actividades conmemorativas de los cien años.
El Trabajo Social Chileno nace en una época de agitación y cambios sociales a principios del siglo XIX, el boom del salitre generó fuertes migraciones hacia el norte del país con el sentido de explotar aquella riqueza. Situando de forma paralela una crisis económica y social y no menos importante, la Constitución Política de 1924, la cual estuvo vigente hasta 1980.
Arturo Alessandri Palma (1920–1925) llegó al gobierno mediante promesas de campaña orientadas a la promulgación de leyes sociales en favor de los sectores populares, tales como el seguro del trabajador. Sin embargo, su administración se vio fuertemente afectada por la baja del precio del salitre, producto del término de la Primera Guerra Mundial y de la sustitución del salitre natural por el salitre sintético. Esta situación profundizó la crisis económica que ya se arrastraba desde comienzos del siglo XX, a la cual se sumó una grave crisis social como la “Cuestión Social”.
El surgimiento del Trabajo Social supuso una ruptura con las formas tradicionales de la caridad y la beneficencia. La profesión se expandió y se masificó, abriéndose diversas escuelas en el país, al tiempo que los programas y las mallas curriculares se ajustaron a las realidades de cada periodo. En octubre de 1955 se organizó el Colegio de Asistentes Sociales, que tuvo como principal preocupación el cambio de la denominación de Visitadora Social por Asistente Social, lo que, en cierta medida, contribuyó a ampliar el campo profesional y a favorecer el ingreso de estudiantes varones.
Las décadas de 1960 y 1970 constituyen un momento histórico fuertemente dinámico, marcado por significativas modificaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Por ejemplo, el nuevo rol de la Iglesia Católica producto del Concilio Vaticano II.
La Revolución Cubana y su impacto en América Latina, junto con las propuestas de la Alianza para el Progreso como respuesta de los Estados Unidos frente a eventuales procesos revolucionarios, marcaron la realidad sociopolítica del continente. A ello se sumaron las teorías desarrollistas impulsadas por la CEPAL, la teoría de la dependencia, la conformación de nuevos partidos de izquierda y el surgimiento de la lucha armada, así como las comunidades eclesiales de base y la teología de la liberación.
El Trabajo Social no puede entenderse al margen de los contextos políticos, económicos y culturales en los que se desarrolla
La Reconceptualización implicó una mirada crítica hacia el interior de la profesión y, al mismo tiempo, un cuestionamiento a las estructuras de dependencia, explotación e injusticia social. Esencialmente, significó la búsqueda de la construcción de una sociedad justa e igualitaria. Sin embargo, estos proyectos, tanto en América Latina como en Sudamérica en particular, fueron abruptamente destruidos por golpes de Estado y la instauración de dictaduras militares.
Para algunos, se incurrió en posiciones desmedidamente ideologizadas, en las que la teoría fue reemplazada por el discurso político. Otros señalan la confusión generada entre los objetivos propios de la profesión y los objetivos político-partidarios, al establecerse una identificación directa entre revolución y ejercicio profesional. De este modo, se instaló —sin un debate suficiente— una dicotomía entre el trabajo social profesional y el trabajo social militante.
Instalada la dictadura, la profesión perdió presencia, voz, contenidos y capacidad de opinión, proceso que ha perdurado hasta la actualidad. En este contexto, el Trabajo Social enfrenta el desafío de posicionarse críticamente frente a las consecuencias del modelo neoliberal y a las señales de una nueva “Cuestión Social”. Más que una disputa entre universidades e institutos, el debate debe centrarse en la calidad formativa, el compromiso ético-político y la articulación con las necesidades reales de las comunidades. Asumir este desafío constituye una tarea ineludible para la profesión, tanto en el presente como en el futuro.
Este desafío histórico nos interpela: el Trabajo Social no puede entenderse al margen de los contextos políticos, económicos y culturales en los que se desarrolla. A cien años de su creación en Chile, la profesión está llamada a proyectarse con una identidad fortalecida y organizada. Este reto requiere convicción, memoria histórica, rigor académico y compromiso con la justicia social.
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