En un mundo crecientemente susceptible a los desastres naturales, la Gestión del Riesgo de Desastres (GRD) emerge como un instrumento vital para la seguridad y el bienestar social. No obstante, la distribución de las consecuencias derivadas de estos eventos dista de ser equitativa, exacerbando vulnerabilidades preexistentes, especialmente para las mujeres. Esta disparidad confiere a la óptica de género una relevancia ineludible en la formulación de estrategias integrales y eficaces.
La experiencia histórica demuestra que las mujeres, junto con niños y niñas, sufren un impacto desproporcionado durante las catástrofes, enfrentando mayores riesgos de mortalidad, violencia y una carga intensificada de trabajo de cuidado no remunerado. Sin embargo, reducir la perspectiva de género a una simple dicotomía sería un error. Un enfoque interseccional se revela crucial para comprender la complejidad de las vulnerabilidades derivadas de la interacción entre género y otras identidades, como la raza, la clase social y la orientación sexual.
La implementación de políticas que soslayen estas particularidades puede, paradójicamente, intensificar la vulnerabilidad. Un análisis superficial que homogeneice a las mujeres, por ejemplo, perpetúa estereotipos perniciosos. La omisión de las necesidades de las disidencias sexuales o la falta de consideración de la desigualdad en la propiedad y el control de recursos socava la efectividad de las medidas de prevención y recuperación.
Adoptar una GRD con una perspectiva de género interseccional no solo constituye un imperativo ético, sino también una necesidad pragmática para construir comunidades más seguras y resilientes. Reconocer y abordar la diversidad poblacional permite diseñar políticas públicas más efectivas, como la implementación de protocolos inclusivos en respuesta a desastres, la creación de refugios adaptados a las necesidades de mujeres y otros grupos vulnerables, y la capacitación de equipos de emergencia en enfoques interseccionales. Ignorar esta integración perpetúa un sistema que reproduce desigualdades y expone a los más vulnerables a un riesgo exacerbado.
La experiencia histórica demuestra que las mujeres, junto con niños y niñas, sufren un impacto desproporcionado durante las catástrofes, enfrentando mayores riesgos de mortalidad, violencia y una carga intensificada de trabajo de cuidado no remunerado. Sin embargo, reducir la perspectiva de género a una simple dicotomía sería un error
Fuente: Gestión del Riesgo de Desastres desde una Perspectiva de Género Interseccional
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